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Las niñas que no querían ser mujeres: reseña de Un daño irreversible, de Abigail Shrier

Cuando Un daño irreversible, de Abigail Shrier, se publicó en EEUU en 2020 tuvo el recorrido propio de un libro que trata temas sensibles, polémicos y que involucran intereses económicos: mientras la autora recibía una oleada de acusaciones y demandas de cancelación, el libro obtuvo un reconocimiento inmediato, fue best-seller durante varias semanas y seleccionado como mejor libro del año por The Economist. Quizás por eso, la campaña de distribución de su traducción española lanzada en 2021 se centró en la censura y en la defensa del derecho a opinar sobre cuestiones sociales por encima de sensibilidades ofendidas. Sin embargo, el libro trata de un fenómeno cuya gravedad va más allá del giro totalitario que supone vetar debates de la esfera democrática: el preocupante y creciente número de niñas que dicen no querer ser mujeres. 

La disforia de género de inicio súbito

Abigail Shrier es una reconocida periodista estadounidense que colabora en medios como The Wall Street Journal o Newsweek. De familia judía, podríamos definirla como una feminista liberal cuya formación en Filosofía y Derecho la ha llevado a tratar habitualmente en sus columnas temas controvertidos relacionados con la justicia social. Un daño irreversible (2020) es una investigación periodística sobre la disforia de género de inicio súbito (rapid-onset gender dysphoria, RODG, término acuñado por Lisa Littman) que afecta a cada vez más niñas, adolescentes y jóvenes adultas en los EEUU y en el mundo. 

Esta locura transgenerista, argumenta el libro, se transmite por contagio a través de las redes sociales entre chicas con un gran deseo de pertenecer, que alegan tener una identidad trans de un día para otro, sin indicio previo de malestar con el cuerpo sexuado. Para Shrier, su causa principal sería una adolescencia actual más solitaria e infeliz que la de generaciones anteriores, con tasas de ansiedad, depresión, soledad, autolesiones e intentos de suicidio mucho más elevadas. Esta generación pasa más tiempo a solas frente a las pantallas que con sus amistades y las niñas tienen que enfrentarse a ideales de belleza imposibles y a una hipersexualización muy temprana que genera un gran rechazo a la feminidad (en palabras de Vaishnavi Sundar, como subtítulo de su documental Dysphoric: escapar de la feminidad como de una casa en llamas). 

Un daño irreversible

A pesar de que este malestar con una feminidad cada vez más sexualizada y violentada es una reacción perfectamente comprensible, el estado de opinión social induce a un diagnóstico, y generalmente auto-diagnóstico, transgenerista (que estas chicas, son, en el fondo, chicos trans) y valida este diagnóstico sin ningún tipo de cuestionamiento, a través de las terapias llamadas afirmativas, que empujan a las chicas por una senda de tratamientos nocivos con consecuencias irreversibles.

Conocidos análisis clínicos referenciados por la autora muestran que el 100% de los adolescentes a los que se suministra bloqueadores de la pubertad pasan a tomar hormonas del sexo opuesto posteriormente y que la transición social (corte de pelo, ropa, ademanes, lenguaje y preferencias que se adoptan, etc.) pocas veces se revierte. En cambio, cuando no se interviene en estos procesos aproximadamente el 70% de las adolescentes supera la disforia por su cuenta.

La investigación existente pone en duda la supuesta inocuidad de los bloqueadores hormonales (se detallan referencias de los riesgos de los bloqueadores en la pág. 226) y, en concreto, de los riesgos del tratamiento con testosterona (pág. 231) que equivale a una castración química. De hecho, los países pioneros en la introducción de tratamientos basados en la ideología de la identidad de género como Suecia están dando marcha atrás y ya no permiten tratamientos hormonales a menores de 18 años. Así lo anunciaba el Hospital Karolinska en mayo de 2021. Al caso de Suecia hay que añadir los de Finlandia e Irlanda desde fechas similares.

Estos tratamientos hormonales basados en la terapia afirmativa ya están a la orden del día en España basándose en 14 leyes autonómicas aprobadas en el ámbito de la salud y otras tantas en los ámbitos de la educación. Aún carecemos de datos globales, pero un informe de 2016 del Ayuntamiento de Barcelona revela que el 87% de los pacientes que acuden a Trànsit, la unidad del Servei Català de Salut especializada en realizar transiciones médicas, reciben las recetas para tratamiento hormonal en su primera visita. También se constata la tendencia de otros países con un número muy superior de niñas y chicas adolescentes atendidas que de chicos. En enero de 2022 el Registro Civil de Vigo ha reconocido que las peticiones de cambio de nombre han pasado “de una media de tres o cuatro al año, el 99% de personas adultas, a dos o tres cada semana, mayoritariamente de adolescentes de entre los 13 y los 17 años”. 

Muchas partes involucradas 

Para dar respuesta al puzle –por qué en la última década vemos un alarmante incremento del número de niñas sin historia previa de disforia de género que súbitamente se declaran trans– el libro se aproxima al fenómeno a través de entrevistas a sus múltiples protagonistas: las chicas, los influencers en RRSS, las escuelas, las universidades, las madres y padres, los terapeutas, los disidentes y las destransicionadoras.

En las escuelas de EEUU se está enseñando a niñas y niños desde el parvulario que el sexo biológico no tiene por qué coincidir con el género (sexo sentido), que pueden tener cerebros de niño en un cuerpo de niña o viceversa y que el sexo es un espectro –como ya se hace en España–. Las fundaciones transgeneristas forman a los maestros y les proporcionan materiales. Materiales sexistas que promueven que si una niña no quiere ponerse un vestido o no le gusta el rosa es que podría ser un niño. Los centros educativos pueden suministrar hormonas del sexo opuesto al alumnado e iniciar su tránsito social a espaldas de las familias y el acceso a la testosterona tiene un coste subvencionado en los campus unversitarios. 

Las destransicionadoras y desistidoras, chicas que se arrepienten de su transición médica o social e intentan aceptarse a sí mismas, son silenciadas y rechazadas por la comunidad por cuestionar el dogma y acusadas de no haber sido nunca trans. El transactivismo niega así la existencia real de desistidoras y destransicionadoras con un argumento circular que no admite fisuras. La única respuesta correcta que se acepta de parte de las familias y de los profesionales es la afirmación, porque quienes se oponen a ella son desacreditados y pueden perder su custodia o su licencia.

Retrato robot de una generación perdida o las niñas que no querían ser mujeres 

Abigail Shier habló con más de una docena de padres para la investigación del libro. En él, describe un perfil de estas niñas que no quieren ser mujeres autoidentificándose como hombres: más del 80% son mujeres (media de edad de 16.4 años), casi el 70% de las adolescentes pertenecen a un grupo donde al menos otra amiga se declara transgénero y la gran mayoría de ellas no ha manifestado disforia hasta entonces. La mayoría de las niñas que acuden a las clínicas de género no ha tenido ninguna experiencia de relación romántica o relaciones sexuales y el 41% de ellas habían mostrado su homosexualidad. Casi la mitad de ellas son superdotadas académicamente. Pertenecen a familias blancas (más del 90%), progresistas, con estudios superiores y llevan una vida de clase media-alta, siendo descritas invariablemente como estudiantes e hijas ejemplares.

Shier se pregunta si esta moda de lo trans puede estar asociada a determinados modelos de crianza —niñas y niños sobreprotegidos buscando rebeldía– o al origen de las familias –blancos de clase media-alta que quieren diferenciarse y adoptar una identidad minoritaria–. Un contexto social que no acepta la tristeza, la ansiedad, la incertidumbre o la depresión y se dispone a intervenir ante cualquier nivel de felicidad por debajo del umbral mínimo considerado aceptable. Algo que sí está claro, como decíamos al principio, es que estas niñas forman parte de una generación que pasa menos tiempo en persona con sus iguales, se sienten más solas y tienen un alto acceso a redes sociales: más del 65% de ellas aumentaron su tiempo en redes sociales justo antes de la autoidentificación como trans. 

La influencia de las redes sociales

La socialización de esta generación de niñas y adolescentes sucede en redes, de manera solitaria e individual, y cada vez más estas sustituyen a las interacciones en persona. Las redes sociales son su fuente de información: pueden hacer preguntas, interactuar y encontrar información sobre todos los temas y dudas evitando la interacción en persona y la ansiedad. Las ficciones que encuentran en las redes sociales sumadas a la hipersexualización y violencia hacia las niñas y mujeres construyen una imagen de la feminidad de la que quieren huir. Cuando sienten que no encajan con esa imagen o cuando la rechazan, encuentran en las redes todo un universo de trans influencers que promocionan un estilo de vida con el que es muy fácil identificarse: “Si te sientes diferente”, “si no eres suficientemente femenina o masculino”… “si te preguntas si eres trans es que lo eres”. Y ser trans es la respuesta a todos sus malestares. 

Los trans influencers cuentan en redes sus procesos de transición, incluyen falsedades médicas y banalizan el riesgo de todo el proceso. Dan consejos sobre cómo acelerar las citas médicas, explicando qué contar y qué ocultar para conseguir ser derivados a un especialista, animando a mentir sobre signos de disforia en la infancia o riesgo de suicidio. 

Ofrecen una comunidad, pertenencia y aceptación a niñas que sienten que no encajan en la definición convencional de niña, mujer o feminidad e intentan alejar a su audiencia de seguidoras de sus familias. 

La angustia de las familias 

El libro narra de manera empática y demoledora la angustia de las familias al ver cómo sus hijas están siendo alentadas por un entorno educativo y profesional negligente y delirante. A las niñas y adolescentes que expresan su nueva identidad se les ofrece apoyo en las escuelas secundarias y en las universidades, acceden a una transición social al margen de las familias y cuando ellas y sus familias acuden a los profesionales de la psicología se encuentran con la extendida idea de la terapia afirmativa. Esta es ahora el estándar de tratamiento para la disforia: confirmar el autodiagnóstico y la autopercepción de la paciente, explorar cómo manifestar esa identidad y explicar el tratamiento médico. La terapia afirmativa es la que han adoptado las asociaciones médicas y psicológicas. Al mismo tiempo, los profesionales que expresan dudas o que se oponen a ella son penalizados, llegando a perder su puesto de trabajo. 

Las chicas entran en una espiral de deterioro de su salud mental a medida que los tratamientos no producen el efecto deseado (no hay ninguna evidencia científica de que lo hagan) y ante las llamadas a la realidad de sus familias se vuelven más distantes y encerradas en sí mismas Cuando los padres cuestionan la nueva identidad de sus hijas, cuando les piden tiempo para pensar y conocerse en su proceso de desarrollo, las comunidades trans online las animan a alejarse de cualquier persona que las cuestione, incluyendo a sus familias, a quienes tildan de tóxicas, y las invitan a unirse a su nueva familia virtual. El argumento vuelve a ser circular: el mensaje que se promueve es que si unos padres quieren a sus hijas de verdad, las aceptan tal y como son sin cuestionar su nueva identidad. 

El libro incluye recomendaciones prácticas sobre qué hacer y cómo actuar en estas circunstancias. La primera recomendación es “no le compres un smartphone a tu hija”. Casi todos los nuevos problemas que afectan a los adolescentes se remontan a 2007, al lanzamiento del iPhone (súbito aumento de autolesiones, anorexia, acoso, depresión, y ahora, identificación transgénero). Añade, además, que hay que tratar de evitar la ruptura del vínculo a toda costa pero sin alimentar nunca la fantasía, una desintoxicación de las redes sociales y una reorganización de la vida que aleje a estas chicas de la profunda angustia de tener que ser validadas por su entorno.

Una crítica feminista 

El libro no cuestiona en ningún momento el concepto mismo de identidades trans, sin embargo, sí denuncia algunos de los efectos que esta ficción jurídica –el reconocimiento de identidades transgénero– tiene en la vida de las mujeres, como la penetración de varones en espacios seguros no mixtos (prisiones, refugios o vestuarios), y el hecho de que la presencia de chicos en deportes femeninos está expulsando a las chicas de las ligas universitarias (con la consiguiente pérdida de becas) y a las atletas de los deportes de élite.

También señala la industria pornográfica como escuela de violencia contra las mujeres, tal y como ya lo hizo el feminismo radical en los años 70, y la presión que sufren actualmente las mujeres lesbianas por parte del transactivismo para que se autoidentifiquen como trans ya que ser lesbiana no te otorgaría ahora una identidad de alto estatus como la de trans.

Asimismo, Shrier analiza el lenguaje deshumanizador que está borrando a la mitad de la humanidad para no excluir a mujeres trans: personas que menstrúan, gestantes, reproductoras, personas con vagina o con cérvix, personas útero-portantes…

Sin embargo, la idea de feminidad que reivindica la autora al final del libro cae en el refuerzo de los estereotipos de género que las feministas luchamos por abolir. Por ejemplo, dice que las chicas son maravillosas porque “poseen toda una gama de emociones y capacidades para comprender de las que los chicos carecen”, las mujeres “sentimos más las cosas, empatizamos mejor”. Este discurso de la excelencia en las emociones también es funcional al sistema patriarcal al justificar que estamos más dotadas para la vida familiar, el cuidado y el ámbito doméstico que los hombres, aunque la autora no parece entenderlo.

Shrier no es feminista radical, pero termina su obra reivindicando la necesidad de que las jóvenes escuchen a las feministas anteriores y rompan con los estereotipos sexuales. “Una joven puede ser astronauta o enfermera; una chica puede jugar con camiones o con muñecas”. Y le pueden atraer los hombres o las mujeres, nada de eso la hace menos chica o menos apta para ser mujer”. De los testimonios de varias chicas destransicionadoras se puede ver que el feminismo ha resultado un refugio para ellas, ayudándolas a reflexionar acerca de dónde podía surgir el malestar con su cuerpo.

¿Existe una verdadera transexualidad?

En el libro hay una separación deliberada del fenómeno de la disforia de inicio súbito –que considera en el caso de estas niñas un diagnóstico equivocado– de otros tipos de disforia que afectan a otros colectivos (niños pequeños y adultos). Esto establece una separación artificial entre una transexualidad que sería verdadera o legítima y otra que sería inducida por contagio. En este sentido, no hay cuestionamiento de la perspectiva transgenerista al fenómeno de la disforia o de los tratamientos afirmativos en general. 

A pesar de que la disforia de género en niñas y niños pequeños (que ella consideraría como auténtica, por pasajera que esta sea) y la DGIR (Disforia de Género de Inicio Rápido) de las adolescentes tienen origen distinto, la primera con un peso mayor del contexto familiar y la segunda con una mayor influencia del entorno escolar y de internet, ambas comparten la idea de que es posible una esencia identitaria trans basada en el género. Pero el feminismo no puede aceptar bajo ningún concepto la ideología de la identidad de género, porque carece de base empírica y es contraria a los intereses de las mujeres. Al elevar el género a identidad y sustituir la categoría sexo por la de identidad de género se hace imposible combatir la base del patriarcado y defender los derechos de las mujeres basados en el sexo. El propio concepto de identidad trans es una ficción si aceptamos que nadie puede cambiar de sexo ya que el sexo es una realidad material inmutable.

El exceso de prudencia y justificación en algunos momentos –llega a declarar que no está en contra de todas las transiciones médicas de adolescentes– o el tratamiento a las personas entrevistadas (elogios a personas que serían verdaderos trans, uso de nombres y pronombres elegidos) puede parecer una concesión molesta y contradictoria a ojos de una feminista radical. 

Follow the money / sigue la pista del dinero 

Es sorprendente que haya muy poca exploración de los intereses económicos que hay detrás de la industria del trastorno de identidad sexual, a pesar de lo exhaustivas, bien documentadas y descritas que están las consecuencias nocivas de la hormonación y el paso a la cirugía. Tampoco es comprensible pasar por alto la evidencia de su promoción constante en redes sociales y medios de comunicación a través de influencers que envuelven este malestar en una experiencia glamurosa y minimizan sus consecuencias adversas.

¿A quién beneficia directamente la ideología de la identidad de género?¿Quién está financiando a las ONGs transgeneristas, promocionando esta ideología en escuelas y presionando para que se aprueben leyes que favorecen sus intereses? ¿Qué mueve a las grandes corporaciones, bancos y bufetes de abogados a comprometerse con los derechos civiles de un colectivo históricamente oprimido? ¿Por qué tanta urgencia en legislar?

La respuesta a todas estas preguntas es que todos los procesos que conducen a la reasignación de sexo son un mercado millonario. Como dice Jennifer Bilek, el transgenerismo es simplemente un gran negocio disfrazado con el ropaje de pretendidos derechos civiles. Un negocio de más de tres billones de euros anuales y una inversión que previsiblemente no dejará de crecer alimentando la demanda de tratamientos. Para la industria farmacéutica, biomédica y tecnológica, las y los jóvenes trans son el cliente ideal, pacientes medicalizados de por vida que deberán además someterse a cirugías (llaman masculinización de pecho a la doble mastectomía para evitar la palabra cirugía) que les permitirán ser al fin ellos mismos.

Al igual que ocurre con la Industria de la cirugía plástica, son las niñas y mujeres las que se someten a un mayor número de operaciones, alrededor del 73% del total de cirugías son realizadas a chicas que quieren ser chicos. Se fabrica primero el malestar mediante propaganda para vender a posteriori la solución. ¿Qué pasa con el juramento hipocrático de estos médicos y cirujanos de “Primero no hacer daño”? En ambos casos se trata de cuerpos sanos que se hormonan, mutilan o rehacen para encajar con estereotipos basándose en el consentimiento informado. ¿Realmente se está informando a las jóvenes y a sus familias de las consecuencias irreversibles de estos tratamientos y cirugías? ¿Tienen las chicas y chicos menores de edad capacidad de comprender y consentir tratamientos de consecuencias irreversibles? Las mujeres jóvenes que se arrepienten de haber transicionado, cada vez más numerosas, demuestran que no.

Conclusión: un libro valiente, necesario y oportuno

Un daño irreversible es una investigación periodística acotada al fenómeno de la disforia de inicio súbito en niñas adolescentes y jóvenes adultas en EEUU, no es un libro generalista sobre la disforia de género ni tiene una perspectiva feminista radical (no tiene una visión crítica del género), pero es un libro valiente, bien escrito y bien documentado.

El libro de Abigail Shrier no podría ser más oportuno en España, pues llega justo en el momento en el que el proyecto de ley trans (Anteproyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI) está a la espera de iniciar trámite parlamentario después de su aprobación en el Consejo de Ministros el pasado verano. Un proyecto de ley que consolida la autodeterminación de sexo registral sin ningún tipo de restricción médica, legal o de edad, y que prohíbe cualquier intervención exploratoria o análisis sobre las causas del malestar de las niñas y adolescentes antes de conducirlas por una senda de medicalización y cirugías, sin ninguna base científica, que les producirán daños irreversibles. 

Recomendamos su lectura porque no solo es importante por la información crucial que aporta sobre los efectos de la locura transgénero que afecta a las niñas y adolescentes si estas leyes se aprueban, es también una oportunidad como pocas para fundamentar las voces críticas mientras esto sea posible, es decir, antes de que la propia ley trans se imponga como una nueva ley mordaza en toda regla que persigue y sanciona la discrepancia. 

Escrito por Sílvia Carrasco, Lluna Gallego y Alejandra Prieto