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Reseña de La fábrica de los niños transgénero, de Caroline Eliacheff y Céline Masson

Este libro, publicado en Francia en febrero de 2022, tuvo una segunda tirada en marzo, sólo un mes después. Y lleva en su edición original el subtítulo “¿Cómo proteger a los menores de un escándalo sanitario?” 

Se inicia con una cita de Sigmund Freud, de El porvenir de una ilusión: “se tiene así la impresión de que la civilización es algo impuesto a una mayoría recalcitrante por una minoría que ha comprendido cómo apropiarse de los medios de poder y de coerción.” Señalan las autoras que desde hace unos 10 años las demandas de cambio de sexo en los niños y adolescentes han crecido de manera impresionante en Europa y EEUU. Según los países, el diagnóstico de disforia de género se ha incrementado entre un 1.000 y 4.000%, y ahora las peticiones aumentan especialmente por parte de las niñas. Se han abierto centros en los que profesionales se especializan en la “transidentidad” de los menores. (Todas estas afirmaciones, y las que seguirán, se confirman en notas al pie). 

Es interesante el surgimiento de este fenómeno en la infancia, ya que adultos “transgénero” siempre han existido y se los llamaba “transexuales”. Hoy, con la colaboración de los médicos, mediante cirugías u hormonas, se transforma a un muchacho o muchacha tanto en su cuerpo como en las redes sociales. La biología es un epifenómeno. Y la ideología del no binarismo se convierte en un dogma. Ante esto las autoras plantean que nos encontramos frente a cuestiones éticas: a qué edad, a qué precio se aceptan estas demandas de cambio de sexo.

En el libro todas las palabras de la ideología trans aparecen en cursiva, para mostrar cómo se va creando una neolengua. Y quienes no comparten esta ideología son acusados de “transfobia”. Estas profesionales, que realizan una práctica clínica, se enfrentan a esta ideología ya que trabajan con niños y adolescentes desde hace tiempo. Este libro muestra su necesidad de reaccionar.

Comienzan así en el primer capítulo analizando el filme Petite Fille (2020), que en Francia se ha convertido en estandarte de la causa trans. (Charles Melman y J.P Lebrun en su libro La dysphorie de genre sostienen que es un falso documental). Esta ideología se escuda en los derechos humanos. La película narra la historia de Sasha, un niño de 8 años que según la madre (que declara que siempre había deseado tener una niña) le dijo que quería ser una niña como ella porque así se sentía.

¿Y cómo podrían negarle ese deseo? En nombre de la autodeterminación el niño puede convertirse en lo que desea, en este caso, con la complicidad de la madre. ¿Cómo puede saber un niño que hay esa posibilidad imaginaria? El nombre que le han puesto sus padres y que le ha convertido en un miembro de la sociedad se considera Dead name (nombre muerto) aunque es el niño el que muere simbólicamente como tal. Ahora si quiere se podrá vestir de niña y los compañeros en la escuela deberán ser tolerantes, como se les ha ordenado.

En la adolescencia la “salida del armario” es más espectacular, puede provocar conflictos familiares o entre los padres y será influida por las redes sociales. Las autoras muestran que estas transiciones sociales dejan a los niños sometidos a una futura intervención médica y citan un documental sueco, The trans train, donde eso se demuestra con claridad. El diagnóstico de disforia de género se le ha impuesto a Sasha sin que nunca lo hubiera entrevistado un psicólogo antes de su derivación a una unidad de género y se programa una cita con el endocrino para el protocolo de “cambio de sexo”. Se descubre entonces con estupefacción que las consultas pueden ser filmadas y que Sasha además queda expuesto a la mirada del gran público.

Es posible comprender que un niño de 8 años quiera ser una niña (sobre todo si la madre lo desea) pero no puede ser que a los 8 años comprendan las consecuencias irreversibles de un tratamiento médico. En ese supuesto documental se comete una doble transgresión 1) no se interroga a los padres ni se escucha al niño antes de “transicionarlo” 2) se administran bloqueadores de la pubertad a un niño sano convirtiéndolo en un paciente de por vida.

Las autoras entonces se remiten a un gran psicoanalista de niños, también pediatra, Donald Winnicott, que decía “un niño solo no existe”, refiriéndose al deseo inconsciente de sus padres en lo referente a su sexo, a la vez determinado por la cultura en que habitan, y de sus hermanos, amigos y compañeros. Tomar una fantasía, como llaman los analistas a los deseos inconscientes, o un sueño, o un juego, por un verdadero deseo es un error que puede ser fatal. Hay que acompañar y escuchar al niño que manifiesta un dolor o preocupación, y los adultos tenemos el deber de protegerlos. Y Winnicott añade: “A veces la vida misma es una terapia”.

La película consiguió su objetivo, tuvo gran aceptación y difusión en todos los medios de comunicación y actualmente la Seguridad Social se hace cargo de los tratamientos y cirugías a menores de edad, tanto en Francia como en España.

El capítulo siguiente aborda el tema de “La transmisión de la transición”. Todas estas ideas y consejos aparecen en Twitter, Tik Tok y resto de redes sociales en que abrevan los adolescentes adictos a sus smartphones. Igual que en España, la transición se presenta como un derecho a la autodeterminación. Esto puede resonar a la autodeterminación nacionalista, pero nunca se refiere, por ejemplo, a la autodeterminación de la clase social en que se nace o las propiedades que pueden tenerse. Quienes se oponen a estas transiciones precoces también en Francia son acusados de transfobia reaccionaria. En estas redes los menores son remitidos a sitios web militantes contra las familias y a direcciones de psiquiatras o cirujanos “transfriendly”. Estos blogs se difunden, como sabemos, a escala mundial y los adolescentes llegan a consulta con un discurso estereotipado aprendido que les hace difícil expresarse en sus propias palabras. “Estoy en un cuerpo equivocado”, o “soy varón pero biológicamente mujer”.

Cada vez más niñas participan en esta subcultura que reemplaza a la anorexia, pero a diferencia de esta, nadie trata a pacientes anoréxicas con liposucciones. Las niñas pueden sentir asco de su propio cuerpo por temor a la sexualidad y sus peligros, especialmente en estos momentos de violencia contra las mujeres, pero no se debe intervenir en sus cuerpos. Cada vez hay más progenitores desamparados ante la ley.

Las autoras señalan que en Francia no existen estudios científicos sobre las transiciones. Citan en cambio a la ginecóloga Lisa Littman, cuyos estudios demuestran que el contenido de las redes impulsa a sujetos con síntomas no específicos a ser diagnosticados con disforia de género.

Sigue un capítulo sobre “El escándalo sanitario”, y nos parece que estuviera hablando de España. Se preguntan si no se trata del primer gran escándalo médico y ético del siglo XXI. Hay una alerta lanzada por algunos médicos y profesionales de la infancia, así como de feministas y asociaciones de madres y padres, por estos tratamientos aplicados a menores. En el DSM la disforia de género ha reemplazado a la transexualidad, diagnóstico que se considera discriminatorio. Eso no se cura, no es una enfermedad… ¿Entonces por qué hay que medicar?

En los vocablos de la nebulosa trans, se ha pasado de transexual a transgénero y luego a trans, así se evacúa la parte sexual del asunto. Los activistas trans en su retórica utilizan la intimidación y el victimismo contra la transfobia. ¿Y cómo es que pueden intimidar? Pues porque en Francia, como en España, interviene la ley. La propuesta de ley 4021 “prohíbe las prácticas que intentan influir sobre la orientación sexual o la identidad de género de una persona” y permitirá castigar con hasta 3 años de prisión y 45.000 euros de multa a los profesionales que intenten hacer terapias contra la elección de identidad de género. Las consultas especializadas se llaman “transafirmativas”. 

Pero se preguntan las autoras si es posible cambiar de sexo. Legalmente ahora sí, pero biológicamente no, pues en el ser humano como especie se dan dos sexos, macho y hembra, determinados genéticamente por los cromosomas XY para los hombres y XX para las mujeres. Aunque a veces, muy escasamente, puedan aparecer personas intersexuales (un concepto que agrupa una variedad de anomalías cromosómicas u hormonales), no se trata de esto.

Para Sigmund Freud “la anatomía es el destino” pero el inconsciente puede rechazarlo y en ese nivel todas las opciones son posibles, es lo que llamamos las fantasías. Creer que las fantasías son realidad es un síntoma de locura, y según el psicoanalista francés Charles Melman vivimos en ese sentido una locura colectiva.

Los defensores de la autodeterminación de sexo proponen:

Primero, inhibidores de la pubertad que impiden la aparición de los caracteres sexuales secundarios. No hay investigación que sustente lo que se repite imprudentemente, que sus efectos sean reversibles (más bien al contrario) si el menor víctima de esta intromisión quiere retroceder. Estos bloqueadores, unidos a la administración de hormonas, pueden producir esterilidad definitiva. No se intenta primero escuchar las grandes turbulencias de la pubertad en el proceso de maduración del aparato psíquico. Considerarlos capaces de comprender este tratamiento y sus consecuencias es tratarlos como adultos y privarlos de la ligera irresponsabilidad típica de esos años y de los placeres del juego. Además, los ideólogos trans sostienen que sería malo informar a los púberes de las consecuencias de los tratamientos, pues desarrollarían el síndrome (!!) al que con un discurso autoritario denominan TMI (too much information). Se ve que los derechos que dicen humanos no incluyen el derecho a la información.

En segundo lugar, se administran hormonas antagonistas. La hormonoterapia, explican las autoras, es un tratamiento de por vida, una fortuna para los laboratorios farmacéuticos. Y a pesar de que se diga que la “transidentidad” no es una enfermedad dependerán siempre de esta medicalización. Los varones esperan de estas hormonas una desvirilización, disminución de la pilosidad, cambio de la voz y aumento de las mamas. Las niñas esperan que la testosterona aumente su masa muscular, el cambio de la voz, el aumento de tamaño del clítoris y la desaparición de las reglas.

Pero nadie les informa de los efectos secundarios de estas hormonas que son irreversibles en lo que se refiere a la voz, la caída del pelo o el aumento de la pilosidad, la hipercalcemia, problemas físicos orgánicos y enfermedades. Durante el tratamiento hay cambios de humor, agresividad, impaciencia, acné. La posibilidad de procrear queda muy comprometida. 

En tercer lugar, la cirugía. Se cree que la cirugía puede curar la psique en un cuerpo sano. Según los países, se permite la cirugía incluso antes de la mayoría de edad. En Francia se permite la mastectomía con permiso parental. Se la llama “cirugía de reasignación sexual”, pero dicen las autoras que esto es un abuso de lenguaje porque el genoma no cambia. Se trata de mutilaciones sexuales y no de operaciones estéticas. Se trata de extirpar órganos externos e internos destinados a la reproducción y al placer. Estos profesionales faltan al principio deontológico de “primum non nocere” (primero no hacer daño). Se da el absurdo de que una enmienda de 2001 prohíba a los menores de 17 años donar sangre, en cambio se les permita “cambiar de sexo” a los 15.

Los desastres irreversibles nos llegan a través de los testimonios de las personas “destransicionadoras” casi siempre silenciadas. En el capítulo siguiente se informa sobre el caso Keira Bell, ahora bastante conocido, que llevó al cierre de la unidad de género pediátrica de la clínica Tavistock de Londres. A Keira su propia madre le preguntó si quería ser un chico para resolver sus angustias. En la Tavistock a los 16 le dieron los bloqueadores, a los 17 la testosterona, a los 20 le hicieron la mastectomía. Keira narra en su informe que a medida que avanzaba en su transición tomó conciencia de que jamás sería un hombre. Cinco años más tarde decide destransicionar, lo que resulta imposible. Empieza un proceso contra la Tavistock y la Corte Suprema dictamina que a los 16 años no se puede consentir a esos tratamientos. En esta controversia entre estamentos jurídicos y médicos prevalece la importancia que otorga la Corte Suprema a los problemas morales y éticos.

Los países que fueron vanguardia en esta ideología ahora van retrocediendo. En 2020 Finlandia modificó su política privilegiando los tratamientos psicológicos. Suecia es el primer país en que un hospital prestigioso ha repudiado el protocolo neerlandés respecto a los bloqueadores. Y es el primer país que se ha separado oficialmente de la World Professional Association for Transgender Health (WPATH), un lobby que se considera autoridad mundial en materia de salud transgénero. Las autoras se preguntan cuándo en Francia el Comité Consultivo Nacional de Ética, la HAS, y el Ministerio de Sanidad tomarán en cuenta este problema.

En su conclusión, las autoras, dicen que no pretenden cuestionar los estudios de género, pero no dicen por qué. Se oponen a su radicalización si afirman que lo real biológico es un constructo social. E insisten en que los problemas de la pubertad y la adolescencia no se superan con la “autodeterminación de género”. Una medicina que considera un síntoma para tratarlo sólo con actos agresivos muestra un deseo de omnipotencia que afecta negativamente al paciente.

Critican las divisiones sociales creadas por los activistas LGTBIQ –cisgénero, transgénero, no-binarios, pansexuales y agénero– a partir de autoidentificaciones que son imaginarias, pero que se harían visibles a partir de rasgos físicos. 

Para la ideología transgenerista, toda la sociedad debe revisar sus leyes y convenciones para luchar contra el “heteropatriarcado” o de lo contrario será acusada de transfobia. Sin embargo, el transgenerismo, para estas psicoanalistas, no es sólo un síntoma de una coyuntura política, sino que esta absolutización de las diferencias es una celebración de la fetichización, que se basa en una noción pseudo-científica de la noción de género y rechaza todo debate. Esta ideología pone también las bases para el transhumanismo, proyecto ultraliberal del siglo XXI, el cuerpo cyborg sometido al biopoder.

Las autoras terminan el libro con el subtítulo “El odio de lo humano”. Porque lo humano implica la posibilidad del fracaso, implica la sexualidad y la muerte. Estos ideólogos anticipan el post-humanismo, que promueve una transformación completa por medios artificiales.

Este odio a lo humano esconde también un odio a lo femenino, observable en su neolengua (la mayoría de los casos de menores de edad que se declaran trans son niñas), evitando la palabra mujer a toda costa y sustituyéndola por “persona con útero”, “persona embarazada” o “persona con agujero delantero”, refiriéndose a la vagina.

Gérard Pommier, psicoanalista francés recientemente fallecido, escribe en su libro Féminin, révolution sans fin (2016) que lo femenino es el principio motor del deseo y de la vida.

En Francia, recién en enero de 2021 se ha creado, para resistir a estos embates queer, un colectivo formado por profesionales de la infancia (médicos, psicólogos, psicoanalistas, psicopedagogos, juristas, profesores…) y han creado un observatorio, el Observatoire de la petite sirene, para contrarrestar estos discursos que atentan contra los menores. También las destransicionadoras han ido tomando la palabra, como aquí lo han hecho las organizaciones feministas, agrupaciones de madres y algunos, muy pocos, médicos y juristas. Es responsabilidad de todos prohibir las intervenciones médicas y quirúrgicas en niños y niñas que no pueden comprender lo que les hacen.

Este libro nos muestra lo que parece un espejo de lo sucedido en España, cómo esta ideología ha llegado a apoderarse de la educación y de los estamentos del Estado. Pero me parece que la resistencia se ha hecho más fuerte ahora en Francia, aunque aquí se nota en las asociaciones civiles como Amanda, agrupación de madres que defienden a sus hijas, y por supuesto, en las asociaciones feministas.

Prácticamente coincido con todas las posiciones de estas autoras, pero no con su posición frente a los “estudios de género”. Sobre todo, porque son psicoanalistas. Para el psicoanálisis, el género corresponde a la gramática, o a clasificación de las especies. El sexo, en cambio corresponde a la diferencia, en los seres humanos, entre el hombre y la mujer y sus correspondientes genomas. Aunque Freud decía que la anatomía es el destino, el ser hablante tiene un inconsciente, y a partir de la terminación de la primera infancia y luego al final de la adolescencia, elegirá su sexo simbólico, es decir podrá ser homosexual, gay o lesbiana, o bien desistir totalmente de tener una vida sexual, según los avatares de su vida, su familia, sus encuentros, la cultura en la que nace. Para ello no necesita ninguna operación, ni cambio físico alguno le dará lo que no tiene.

Escrito por Graziella Baravalle.