El 26 de octubre de 2022, en Feministes de Catalunya organizamos un #WebinarFeminista bajo el título La prehistoria, un peligro para el futuro de las mujeres, a cargo de Assumpció Vila, arqueóloga e investigadora (ya jubilada) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Este fue el segundo webinar del ciclo de Ciencias sociales con perspectiva feminista que la asociación llevó a cabo durante el otoño 2022, en el que se expuso la crítica feminista a los paradigmas androcéntricos hegemónicos de varias ciencias sociales.
Assumpció Vila Mitjà es arqueóloga, doctora en Historia Antigua por la Universitat de Barcelona. Profesora de Investigación del CSIC, fue fundadora y directora del Laboratoria de Arqueología en la IMF-CSIC, en Barcelona, así como directora del Departamento de Arqueología y Antropología de la misma institución. Sus investigaciones se enfocan en los fundamentos teóricos y en las bases metodológicas de la ciencia arqueológica dirigidas al conocimiento de las primeras sociedades humanas. Su investigación con perspectiva feminista-materialista se ha focalizado en teoría y métodos en arqueología prehistórica (siendo p.e. la introductora en España del análisis funcional de instrumentos líticos y pionera en usos de la IA para cuestiones sociales en sociedades cazadoras-recolectoras-pescadoras) y etnoarqueología de la prehistoria. Su investigación señala la relevancia de conocer las sociedades prehistóricas para la sociedad actual y futura (especialmente para las mujeres). Es socia desde sus inicios de la Asociación AMIT-Cat (Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas en Cataluña).
En este webinar, Assumpció Vila explicó el cambio de paradigma en la investigación que supuso la introducción de la perspectiva feminista en arqueología. Las arqueólogas feministas proponen nuevas preguntas (¿la división del trabajo en función del sexo es algo innato/natural? ¿La organización de la producción y reproducción sociales fue siempre igual que en la actualidad? ¿Cuáles fueron las causas de los cambios?) que implican necesariamente una profunda evaluación de la metodología empleada habitualmente en arqueología. Estas preguntas no se habían planteado en el análisis androcéntrico imperante, ya que se consideraban fuera del alcance de la arqueología. Las arqueólogas tuvieron (y tienen) que desarrollar nuevos métodos de investigación que les permitan explicar el origen de la desigualdad entre hombres y mujeres, recuperando su rastro material.
La prehistoria como pretexto de “lo natural” en humanos
La desigualdad social entre hombres y mujeres se plasma en los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a cada uno de los sexos. Se suele decir que siempre ha habido trabajos de mujeres y de hombres, que los hombres siempre han sido más agresivos, que las mujeres siempre han sido más dóciles, que el espacio de los hombres siempre ha sido el espacio público y la responsabilidad de cazar y proveer, mientras el espacio de las mujeres siempre ha sido el doméstico y de cuidados… Ese «desde siempre» suele referirse a la «prehistoria»: si en la prehistoria ya era así, pareciera como que los humanos simplemente somos así por naturaleza. Este tipo de argumentos contribuyen a naturalizar la desigualdad entre hombres y mujeres.
Estas preguntas sobre el alcance del «siempre» en realidad sólo pueden tener respuesta desde la arqueología. En un inicio la arqueología fue desarrollada básicamente por hombres ilustrados y, a partir del paradigma positivista, trazaba una historia de las sociedades a partir de los restos materiales (en sentido restrictivo de lo material). Esos primeros arqueólogos dieron una gran importancia a la caza, indicando que la practicaban únicamente los hombres y que ésta había desencadenado el proceso de hominización. Así, construyeron una definición de humanidad desde la prehistoria que sólo respondía a aquello asociado a lo masculino, mientras que las mujeres eran invisibles o accesorias. Las representaciones de la prehistoria han reproducido esa imagen hasta nuestros días, en libros, museos o cómics. En esas representaciones, las mujeres siempre se representan sentadas o en una posición más baja que el hombre, mostrando debilidad o dependencia y haciendo “sus” actividades.
Sin embargo, ¿qué sabemos realmente sobre las relaciones sociales de desigualdad entre mujeres y hombres desde el principio de las sociedades humanas? La hipótesis o las afirmaciones de que son normales, naturales o tienen únicamente unas causas biológicas deben ser contrastadas científicamente. La realidad es que no sabemos cómo eran las sociedades prehistóricas, ya la arqueología asumió la imposibilidad de acceder a ese conocimiento, aunque basándose en observaciones etnológicas difundió esa supuesta organización social desde la prehistoria. Así, seguimos manteniendo imágenes estereotipadas que homogeneizan y reducen la diversidad etnográfica y proyectan la realidad actual sobre el pasado, naturalizando la desigualdad. A través de la arqueología androcéntrica, pues, se ha dado cobertura científica a unas suposiciones estereotipadas que no podemos contrastar, reforzando esos estereotipos y la idea de que son naturales e inmutables.
Las contribuciones teóricas y metodológicas de la arqueología feminista
En los años 70 del siglo XX, la antropología feminista empezó a cuestionar las interpretaciones androcéntricas que se habían hecho hasta aquel momento, básicamente discutiendo las observaciones sobre sociedades etnográficas. Las arqueólogas, más tarde, plantearon la investigación sobre el origen de la desigualdad social entre mujeres y hombres repensando el pasado sin caer en el determinismo biológico. Sin embargo, las herramientas arqueológicas necesarias para responder a estas preguntas no estaban desarrolladas. Desde el siglo XIX la arqueología había mejorado muchísimo en métodos y técnicas para estudiar las materialidades, pero ¿y la sociedad? ¿Cómo se organizaban las sociedades prehistóricas? ¿Hacían hombres y mujeres las mismas actividades o había una distribución del trabajo en función del sexo? Para poder responder a estas preguntas, las arqueólogas tuvieron que producir nuevas teorías y metodologías.
En cuanto a teoría, la hipótesis central de la arqueología feminista materialista es que las sociedades que no controlan la reproducción de sus recursos están sujetas a una contradicción fundamental entre la producción de bienes materiales para la subsistencia y la reproducción biológica y social. En esas sociedades, cuanto más elevada es la producción más se compromete la reproducción. Cuanto más rápida es la reproducción, mayor es la presión sobre los recursos disponibles. Para existir y perpetuarse, estas sociedades necesitan imponer una estricta regulación y control social de las condiciones en las que se llevan a cabo ambos aspectos de la contradicción principal. Esta teoría implica que las relaciones sociales de producción y reproducción entre hombres y mujeres son determinantes en la organización de las sociedades prehistóricas. En concreto, la regulación social de la reproducción es clave para entender cuestiones como la división del trabajo en función de sexo y la discriminación social de las mujeres, cuestiones que deben analizarse conjuntamente y en relación.
Entender cómo se conformaron las relaciones sociales de desigualdad entre mujeres y hombres, cuándo empezaron, cómo se organizaban en las sociedades, o si hubo distintas modalidades de organización social que triunfaron y otras que fracasaron, es una cuestión de crucial importancia para la teoría feminista. Las arqueolólogas se propusieron buscar pruebas materiales de ello partiendo de la hipótesis de que la discriminación de las mujeres es un proceso social que puede reseguirse arqueológicamente. Pero para investigar más allá de instrumentos, objetos y espacios prehistóricos y profundizar en la organización de las sociedades que los producían, las arqueólogas feministas tuvieron que innovar en los métodos. Investigadoras como Assumpció Vila, entre otras, propusieron una metodología basada en la etnoarqueología experimental, que desarrollaron estudiando primero sociedades ya conocidas con métodos etnográficos para tener indicadores de cómo eran sus relaciones sociales de desigualdad, para luego contrastar si podían llegar a los mismos resultados con métodos puramente arqueológicos.
Nuevas modas poco científicas
El principal reto de la arqueología feminista es que pone en duda los métodos y conocimientos arqueológicos hasta el momento, y recibe por ello muy poco apoyo institucional. Hoy en día, las investigaciones feministas siguen sin ser estructurales. En ausencia de una arqueología feminista desarrollada, se han querido modificar las formas androcéntricas en las que se representa el pasado. Por un lado, se ha reivindicado la participación de las mujeres en actividades “masculinas”, diciendo, por ejemplo, que las mujeres también cazaban. Otra respuesta ha sido subrayar la importancia de las actividades “femeninas”, como los cuidados. En los últimos tiempos también ha surgido una respuesta posmoderna en relación a la sexualidad y su categorización. La perspectiva queer tiene mucho más apoyo institucional que la perspectiva feminista porque no cuestiona las relaciones sociales de desigualdad, sino que es una proyección más desde el presente, y además ha contribuído al borrado de las mujeres poniendo en duda su “feminidad” cuando se han encontrado restos femeninos en tareas consideradas «de hombres».
Pero como dice Assumpció, no se trata de añadir mujeres y agitar, sino de investigar científicamente el origen y el motivo de la desigualdad entre mujeres y hombres. Estos “cambios” sólo teóricos no son aceptables porque no son resultados de análisis científicos, sino hipótesis que deben ser contrastadas. Como ya dijo Sara Nelson en 1997, no hay arqueología feminista porque no hay metodología feminista. Mientras tanto, debemos revisar todas esas representaciones en los museos que proyectan estereotipos sobre hombres y mujeres, y mostrar la evolución humana como una evolución de los dos sexos y no, como siempre, como una procesión de hombres. La arqueología feminista no trata de sustituir una historia parcial, la sesgada por el androcentrismo, por otra también parcial, la de las mujeres. La arqueología feminista aboga por el estudio de las relaciones entre mujeres y hombres y consecuentemente por una reorientación teórica y práctica de la disciplina.
Sin embargo, la arqueología sigue sin renovarse y muchas interpretaciones androcéntricas siguen vigentes, naturalizando la desigualdad, provocando desinformación y desacreditando la disciplina. Por ello, la prehistoria, lo que nos dice de esas épocas en estos momentos, puede entenderse como un peligro para las mujeres. Viendo la importancia de la prehistoria para naturalizar las actuales relaciones entre mujeres y hombres y su papel en la sociedad actual, entendemos que es esencial estudiarla con perspectiva científica feminista, con las preguntas y métodos adecuados para producir un conocimiento que permita construir, sin mentiras o supuestos, un futuro de igualdad para las mujeres.
Podéis ver el webinar completo aquí: