El pasado 5 de octubre de 2023, desde Feministes de Catalunya organizamos una charla en Sabadell titulada “Mujeres, prisiones y represión franquista”, a cargo de Isabel Pérez Molina, compañera de la organización y doctora en Historia, especializada en historia de las mujeres. Isabel nos ofreció un repaso por la represión que sufrieron las mujeres durante el franquismo.
Para entender el paso atrás en los derechos de las mujeres que supuso el franquismo debemos tener en cuenta que la Segunda República de 1931 rompió con el Código civil de 1889, que establecía que las mujeres debían pedir permiso para todo a su padre o a su marido. La Constitución de 1931 implicaba, entre otras muchas mejoras sociales, la igualdad legal entre hombres y mujeres. En 1932 se aprobó la ley del divorcio y las mujeres adquirieron el derecho al trabajo remunerado. Incluso se llegó a proponer un proyecto de ley de aborto, gracias al impulso de Frederica Montseny, ministra de Sanidad y Asistencia Social (y una de las primeras mujeres ministras de Europa) durante los años 1936 y 1937.
Los derechos conseguidos durante la Segunda República se terminan con la llegada del franquismo. Una de las primeras medidas del nuevo régimen fue restaurar el Código de 1889: las mujeres perdieron el estatus de adultas con autonomía y volvían a necesitar autorización incluso para abrir una cuenta bancaria. También perdieron el derecho a tener la custodia de sus propios hijos (hasta 1958, cuando se aprobó que la podían obtener si eran viudas).
La represión sufrida durante el franquismo tomó múltiples formas.
Represión social e ideológica
El franquismo supuso para las mujeres el restablecimiento del patriarcado de coerción en el ámbito legal. Esta legalidad patriarcal amparaba prácticas como el uxoricidio, que legalizaba el feminicidio si el marido sorprendía a su mujer in fraganti cometiendo una infidelidad.
La represión económica fue generalizada, aunque las mujeres sufrieron siempre sus peores consecuencias. Por ejemplo, con el aislamiento económico y político de España se estableció una economía de autarquía que controlaba estrictamente el consumo de las familias a través de cartillas de racionamiento: si bien esto afectaba a todo el mundo, las mujeres recibían menos cantidades en las cartillas de racionamiento.
Las mujeres también sufrieron una fuerte represión por ser familiares de hombres republicanos «desafectos al régimen». En 1939 se aprobó la Ley de responsabilidades políticas, una ley de expolio a los republicanos. Además de abrirles un expediente penal, también se les abría un expediente de responsabilidades políticas, por el que se les embargaban los bienes y se les imponían multas. Esta ley antidemocrática se aplicó de forma retroactiva y castigaba a la gente por cosas que habían hecho cuando eran legales y aunque el sujeto de los «delitos» estuviera muerto. De esta forma, esposas, madres o hijas sufrían las consecuencias si los hombres habían desaparecido. No sólo se les robaban todas las propiedades sino que a menudo estas mujeres tampoco podían encontrar trabajo (por no poder obtener certificados de buena conducta) y se veían obligadas a participar en actividades como el estraperlo, lo que hacía que fuera mucho más probable que las detuvieran.
Represión política hacia las mujeres “desafectas” al régimen
Las mujeres que se implicaron en la defensa de la República o que participaban en partidos políticos, sindicatos, asociaciones, etc. habían roto su rol de domesticidad y eran llamadas «individuas de dudosa moral». Se las calificaba también como “putas de rojos” y fueron reprimidas duramente, con ejecuciones sumarias, vejaciones, trato inhumano y torturas, por su triple condición: por «rojas», por mujeres y por haber estado en prisión.
Para entender la visión que tenía de ellas el régimen franquista podemos leer lo que decía el psiquiatra Antonio Vallejo Nájera, conocido como el Mengele español (y abuelo de la Samantha de Masterchef), en escritos como “Psiquismo del fanatismo marxista. Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes”:
“Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales […] Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso débese a los frenos que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenatrices de la impulsiones institivas, entonces despiértase en el sexo femenino el institno de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas. Caracteriza la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen sino que aumenta durante su comisión […] aparte de que en las revueltas políticas tengan ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes.”
Las mujeres podían ser condenadas por muchas cosas, como por ejemplo formar parte del Frente Popular o de cualquier partido republicano u organización anarquista, escuchar una radio extranjera, llamar asesinos a aviones italianos o alemanes, alimentar o dar alojamiento a la guerrilla,etc. La compañera Isabel Pérez Molina hizo hincapié en los delitos consortes: condenas a mujeres por no encontrar a sus hijos o maridos exiliados. Las condenas podían ir desde penas de prisión a la pena de muerte. Tres mujeres que sufrieron esta represión y queremos recordar fueron:
- Amparo Barayon. Formó parte de la Generación del 27, fue asesinada con 32 años por ser la esposa de Ramón J Sender, que en ese momento había huido de España.
- Jerónima Blanco, de 22 años. Nació en León, donde, aunque el franquismo estaba instaurado desde el principio, hubo represión a la disidencia.
- Manoli Álvarez. Nació en prisión. Su abuela paterna fue asesinada al marcharse su hijo al exilio. Manoli fue la primera presidenta de La Frontissa, asociación de mujeres de Vilanova i la Geltrú.
La represión contra las mujeres durante el franquismo fue particularmente cruel, y el sesgo de género es muy evidente: las mujeres reciben la misma persecución que los hombres pero, además, reciben una violencia menos normativizada y más arbitraria. Si las tropas franquistas llegaban a un pueblo del que habían huido los hombres o ya los habían fusilado, a las mujeres las ponían en hilera, las rapaban y les daban aceite de ricino con el objetivo de ridiculizarlas y dejarlas sucias y humilladas. El aceite de ricino es un potente laxante, provoca cólicos en los intestinos, rampas dolorosas, incontinencia fecal y diarrea explosiva. Algunas terminaban muriendo de la ingesta. Para humillarlas, las hacían pasear por el pueblo animando a la gente a apedrearlas.


Violencia sexual
Las violaciones fueron frecuentes durante la guerra. Queipo de Llano incitaba por la radio a violar a las mujeres. De hecho, existía un pacto no escrito con las tropas africanas por el que podían hacer lo que quisieran con las mujeres como botín de guerra. Militares del régimen nazi, aliado del régimen franquista, como Himmler y otros de la Gestapo, colaboraron organizando las direcciones generales de seguridad, la estructura represiva que se cebaba contra todo el mundo y también contra las mujeres.
En la posguerra las violaciones en grupo fueron muy frecuentes y se usaban como forma de tortura, sometiendo a las mujeres a esta violencia durante días y días seguidos, por lo que quedaban reventadas, si no morían. A continuación reproducimos la experiencia de Carmen Chicharro, testigo del fusilamiento de las Trece Rosas en la plaza de toros de Las Ventas, entrevistada por Tomasa Cuevas.
“Y a mí me cogió una mujer, parece que la estoy viendo, que me registró, era alemana la que estaba entonces, la Policía estaba a su merced, todo lo que aprendió la Policía española fue de la Gestapo […] Me bajaron a los sótanos y sacaron de los cajones de la mesa del despacho unos látigos, y haciendo “caricias” con el látigo me pusieron en cueros; me dieron en este riñón, que lo tengo hecho polvo, y luego, como comencé a chillar, me pusieron una mordaza; la mujer alemana me cogió por los brazos y me sujetó, y los otros me cogieron las piernas y me las pusieron así, como un tocólogo en un reconocimiento. La alemana me ató los brazos y las piernas y se marchó. Entonces uno se quitaba y otro se ponía, así hasta que me dejaron sin conocimiento, no sé el tiempo que me tuvieron allí, por lo menos tres o cuatro días. Yo no podía andar cuando me llevaban al Palacio de Justicia.”
Otras formas de ejercer represión
Las instituciones republicanas como la escuela sufrieron una sistemática depuración ideológica. El 30% de los maestros de primaria y secundaria en España fueron depurados; algunos se exiliaron, otros fueron a prisión y a muchos los asesinaron, como por ejemplo, a Isabel Esteban Nieto, una maestra laica de Palencia y sindicalista de UGT.
Durante la posguerra, continuó la violencia del régimen franquista contra los republicanos. Hasta 100 campos de concentración abiertos durante la guerra para encerrar a prisioneros del bando republicano siguieron operando. Estos campos se alimentaban de detenciones arbitrarias fruto de denuncias que nunca se comprobaban, ya que una sospecha era suficiente.
A esto se sumaron las desapariciones forzadas sin juicio previo (muerte). A menudo se llevaban a cabo redadas, con detenciones extraoficiales que podían acabar con juicios sumarísimos en consejos de guerra o con ejecuciones. De los consejos de guerra se conservan la historia y las condenas, pero de los demás casos no. España es el segundo país del mundo en número de desaparecidos, 15.000, de los que de 13.500 se tienen sus nombres y apellidos. Pero es difícil saber a ciencia cierta el número real de desaparecidos, ya que de muchas ejecuciones, incluidas de mujeres embarazadas, no hay registros de defunción para que no dejaran rastro y no forman parte del recuento oficial. Sobre desapariciones forzadas durante la guerra y la posguerra cabe destacar los estudios de la Conchita Mir.
Otra evidencia de la violencia sexual y desapariciones forzadas contra las mujeres son las fosas comunes. Las fosas de mujeres dan un mensaje a las mujeres y niñas para que no se salgan de su rol doméstico, y en las fosas mixtas son las últimas en ser tiradas y a menudo en posturas extrañas. Un ejemplo de fosa común de mujeres se encontró en Aguaucho, donde niñas y mujeres de entre 16 y 22 años fueron violadas, torturadas y asesinadas y a continuación los asesinos se pasearon por el pueblo con las bragas de las niñas y mujeres colgadas de sus armas.
Queralt Soler y Eulalia Diaz Ramoneda han estudiado en profundidad este tema.
Mujeres en las prisiones franquistas
Una de las facetas de la represión franquista fue el encarcelamiento masivo. En 1940, las autoridades franquistas calculaban que existían 280.000 prisioneros en España, cuando las cifras habituales son de 20.000 a 25.000. Las prisiones de mujeres estaban sobresaturadas. Por ejemplo, la cárcel de Las Ventas de Madrid, que se construyó durante la República a iniciativa de Victoria Kent, pensada para mujeres y más humanizada, tenía capacidad para 500 prisioneras. En la posguerra llegó a tener 12.000. El perfil de las mujeres que entraban en prisión era muy heterogéneo en cuanto a la edad, desde chicas de 16 hasta mujeres mayores de 70/80 años.
Gran parte de la información que tenemos sobre la situación de las mujeres en las cárceles franquistas es gracias a las investigaciones de Tomasa Cuevas, que en los años 1985/1986 grabó entrevistas a mujeres que habían estado en prisión con ella. En cuanto a la alimentación, comían una vez al día y los alimentos casi nunca estaban en buen estado. En cuanto a la higiene, las condiciones de la cárcel eran insalubres y, por tanto, las enfermedades proliferaban (piojos, sarna, viruela…). El sexo podía terminar siendo moneda de cambio para las prisioneras que querían agua o paños higiénicos.La mayoría de las mujeres encarceladas sufrían menopausia prematura, algo que buscaban las autoridades para evitar que tuvieran hijos “rojos”.
La unión y el trabajo en equipo de las presas permitían que éstas mantuvieran viva la esperanza. Por ejemplo, si hacían registros y alguna de ellas tenía una carta proveniente del extranjero, se la comían entre todas ellas para evitar represalias. Las autoridades franquistas eran conscientes de esta cooperación entre las presas, por lo que las cambiaban de prisión a menudo para desmoralizarlas. Esto ocurre actualmente en los pisos donde hay mujeres explotadas sexualmente, en los que cada veintiún días hay una rotación. Además, los cambios de prisión se hacían con público, para que fueran lo más humillantes posible. Las transportaban en trenes para ganado sin más, como se hacía en la Alemania nazi. En el viaje hacían paradas en vías muertas para alargar el sufrimiento de las mujeres presas.
Los hijos de presas debían ir a prisión con ellas, pero no los inscribían ni los registraban. Sin embargo, según Vallejo Nájera, «para evitar la degeneración de la raza debido al gen marxista y democrático, hay que separar a las madres de los hijos”. Así pues se estableció que, a los tres años, los niños debían salir de las cárceles y el Patronato de protección de la infancia se haría cargo. En 1941 se creó la cárcel de lactantes de Madrid y se encargó su dirección a María Topete, una funcionaria de la cárcel de Las Ventas admiradora de Vallejo Nàjera que fue particularmente cruel con las presas republicanas. Topete inició una política de robos de menores, práctica que se extendió por toda España. Una testigo de esa crueldad fue Trinidad Gallego, enfermera comunista, prisionera y testigo que hizo de comadrona de muchas de las presas.
Las mujeres en prisión trabajaban para otros cosiendo, limpiando,… pero tardaron mucho en poder acogerse a la redención de penas por trabajo. Primero lo consiguieron los hombres, trabajando como obreros (esclavos del franquismo), por ejemplo construyendo El Valle de los Caídos, que servía para reducir penas. La reducción de penas se hacía porque las cárceles estaban tan sobresaturadas que no las podían gestionar. Muchos indultos se dieron por ese motivo.
Isabel explica que las prisiones estatales eran mejores que las de monjas, ya que estas últimas eran más crueles y tenían el doble objetivo de evangelizar y “encarrilar” a las mujeres.
Patronato de Protección a la Mujer
El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución represiva destinada sobre todo a mujeres jóvenes para desalentar su militancia política y sus ideales progresistas, o simplemente para que no salieran del ideal de la domesticidad. A menudo eran las propias celadoras de la institución, guardianas de la moral, las que podían delatar a las mujeres con ideas republicanas y enviarlas al reformatorio.
Otras veces eran incluso los padres de derechas quienes enviaban a sus hijas a este patronato. Esta institución también se utilizó contra mujeres en situación de prostitución. El franquismo perseguía a las prostitutas, al tiempo que promovía el proxenetismo. El año 1941 derogó la ley abolicionista impulsada durante la Segunda República.
Para terminar la compañera Isabel quiso hablarnos de una mujer comunista, Matilde Landa (Badajoz 1904 – Mallorca 1942), para hacerle un homenaje. Provenía de una familia acomodada que, cuando Matilde fue condenada a muerte, pudo luchar para que le conmutaran la pena por treinta años en la cárcel de Las Ventas de Madrid. Allí ayudó a muchas presas condenadas a muerte a hacer el recurso para poder conmutar ellas también por prisión su pena de muerte.
Ésta fue una de las razones por las que la enviaron a una cárcel de mujeres religiosa en Mallorca: querían que se bautizara y utilizarla de ejemplo para las otras mujeres. Al principio aceptó, pero ese día, cuando iba al punto donde debía ser bautizada, se suicidó lanzándose por el patio de la galería. Prefirió morir a traicionar sus ideales.