Traducción del escrito de Robert Jensen publicado en Dissent Voice.
[Material Girls: Why Reality Matters For Feminism se publicó en Reino Unido el mes de mayo de 2021]
Unos meses después de haber escrito un artículo criticando la ideología del movimiento transgénero, un compañero de un grupo progresista me dijo que quería entender por qué me estaba oponiendo a los trasactivistas, a los que él veía como aliados políticos de la izquierda. Esbocé lo que ahora se llama el argumento feminista “crítico con el género”, que rechaza las normas de género rígidas y represivas del patriarcado pero reconoce la realidad material de las diferencias sexuales humanas. Le expliqué que este análisis surgió del feminismo radical, que es esencial para combatir la explotación de las mujeres por parte de los hombres en el patriarcado, el sistema de dominación masculina institucionalizada que nos rodea.
Al final de esa larga conversación durante la comida, mi compañero me confesó que no tenía problemas para comprender mis argumentos y que encontraba pocos puntos de discrepancia. “Si te soy sincero – dijo-, realmente no entiendo mucho de lo que dice el movimiento trans.”
Le dije que podía entender su confusión, porque los argumentos del movimiento transgénero a mí también me parecían poco claros, a veces hasta incoherentes. Después le pregunté: “¿hay algún otro tema en el que no puedas dar sentido a los argumentos de un movimiento político pero le continúes dando apoyo en sus propuestas políticas?
Puso cara de disgusto, consciente de que no podía pensar en ningún otro caso igual. Este fue el final de la conversación. Por aquel entonces, algunas personas de izquierdas me denunciaban por mis escritos y los dos sabíamos que él no me daría apoyo públicamente, ni tan siquiera pediría a los transactivistas una articulación más clara de sus argumentos.
Si fuera posible viajar en el tiempo, volvería a ese momento de 2014 y le daría a mi amigo un ejemplar del nuevo libro de Kathleen Stock, Material Girls: Why Reality Matters for Feminism. Seguramente no habría cambiado sus decisiones políticas pero le habría servido para aclarar por qué tenía problemas para entender los argumentos trans. Stock explica, de manera meticulosa y respetuosa, por qué a menudo estos argumentos no tienen demasiado sentido. No lo digo como un insulto, sino como reconocimiento de la confusión de mucha gente. Mi amigo no es la única persona que he conocido que está perpleja por la afirmación fundamental del movimiento trans: que una persona es hombre o mujer, o ni una cosa ni la otra, o ambas a la vez, basándose en un sentimiento interno “subjetivo” sobre el género (para el cuál ningúna teoría viable ha sido presentada aún por los transactivistas) y no en la realidad material del sexo (sobre el cual tenemos un amplio conocimiento desde la biología y la vida cotidiana).
El libro de Stock, por otro lado, es eminentemente sensato y prudente. Es intelectualmente convincente y útil para ayudarnos a tomar decisiones personales y políticas. En este momento político polarizado, hace su análisis con firmeza pero educadamente, sin el rencor que se ha vuelto lamentablemente habitual en este debate, especialmente en las redes.
Por ejemplo, es razonable definir los términos en un debate, aunque el movimiento transgénero rehuya la precisión sobre el significado de los términos, y hasta celebre esta ambigüedad como virtud. Stock es cuidadosa con las definiciones, empezando por su análisis de las cuatro formas en las que se usa “género” actualmente. Una vez que los lectores hayan analizado estas opciones, queda claro (al menos para mí) que el término género se entiende mejor como el significado social (recogido en los términos masculinidad y feminidad) atribuido a las diferencias sexuales biológicas basadas en la reproducción (masculino y femenino). El sexo es una función del tipo de animales que somos los humanes, y el género es la forma como nosotros, los animales humanos, damos sentido a esas diferencias sexuales. El sexo es biológico y el género es cultural.
Así es como las feministas han empleado los términos desde la década de 1970, desafiando las afirmaciones patriarcales que sostenían que la dominación y la explotación de las mujeres por parte de los hombres es “natural” a causa de la biología. El patriarcado convierte la diferencia biológica en dominación social. Las feministas han explicado vastamente que el género está conectado con las diferencias sexuales pero que está “construido socialmente” de una manera que refleja la distribución desigual de poder entre hombres y mujeres durante los últimos miles de años. Cualquier cosa construida socialmente podría construirse de una manera diferente a través de la política.
El movimiento trans invierte esta interpretación, afirmando habitualmente que el género no es el producto de las fuerzas sociales sino un estado interno privado del ser, que puede ser innato e inmutable (las opiniones sobre esto en el movimiento trans varían). En otras palabras, la ideología transgénerista sostiene que el género es algo que una persona siente y que no tiene una conexión necesaria con su cuerpo ni su sistema reproductivo. Los activistas trans afirman habitualmente que “el sexo es una construcción social”, que las distinciones biológicas entre hombre y mujer no son objetivamente reales sino que son creadas por la sociedad. Stock explica detenidamente por qué esto (y volveré a usar la frase, aunque suene dura) no tiene sentido.
En el párrafo anterior he escrito “afirman habitualmente” no solo porque hay diferencias de opinión dentro del movimiento trans (lo cual es de esperar en cualquier movimiento) sino porque he visto a activistas trans cambiar de argumentos cuando se les pide que defiendan una posición (lo cual es indicativo de un argumento débil en cualquier movimiento). Una vez pregunté a un activista trans: “Si el sexo se construye socialmente, esto implica que podría construirse de otra manera. ¿Conoce alguna forma de reproducción de los humanos que no sea con un óvulo (producido por una hembra) y un espermatozoide (producido por un macho)? ¿Por qué medios construiría socialmente la reproducción humana de una manera diferente?” El activista no lo refutó, simplemente dejó de lado su argumento y afirmó que las personas trans saben de qué sexo son “realmente” y que cualquier cuestionamiento de esto era odioso e intolerante.
[Una nota a pie de página necesaria: hay un porcentaje extremadamente pequeño de la población humana que ha nacido “intersexual”, con lo que se llama DSD (desórdenes o diferencias en el desarrollo sexual; las preferencias terminológicas varían) que implican anomalías en genes, hormonas y órganos reproductivos. Una de estas condiciones es el hermafroditismo, que aún se usa ocasionalmente como término general para los DSD. Stock explica estas variaciones, señalando que estas condiciones no tienen nada que ver con el transgenerismo. La disforia de género (malestar o angustia cuando la identidad de género interna de una persona difiere de su sexo biológico) es una condición psicológica y no fisiológica.]
El énfasis de Stock en el lenguaje preciso continúa a lo largo del libro. Explica, por ejemplo, que el término “sexo asignado al nacer” es engañoso teniendo en cuenta la estabilidad de las categorías hombre y mujer, evidenciada por el éxito de la reproducción humana durante milenios. En la gran mayoría de los casos, todo el mundo está de acuerdo en el sexo del bebé, que se observa, no se asigna. Otras cuestiones sobre palabras tampoco son triviales: la manera en la que hablamos del mundo puede cambiar la manera en la que entendemos el mundo. Stock rechaza cambiar la palabra “lactancia materna” (“breastfeeding”) por “lactancia humana” (“chestfeeding”, en el original), porque el término “trans inclusivo” socava nuestra capacidad para nombrar la realidad. Los bebés se alimentan del pecho de una mujer humana, que haya mujeres que se identifiquen como hombres (hombres trans es el término usado hoy en día) o como no binarias (rechazando cualquiera de las dos opciones) que amamanten a un bebé no cambia esto.
Stock también ofrece un análisis sensato de los debates políticos, la mayoría de los cuales se centran en las demandas de hombres que se identifican como mujeres (mujeres trans es el término común). Por ejemplo: ¿se debería permitir a las mujeres trans la entrada en espacios exclusivos para mujeres, como los baños, vestuarios, albergues o prisiones? Stock explica por qué esta política genera ansiedad y miedo en las mujeres, que viven la realidad cotidiana de la amenaza de la violencia masculina, especialmente de la violencia sexual. El problema no es que todas las mujeres trans sean agresivas física o sexualmente. Pero cuando afirmar que se pertenece al otro sexo no requiere ninguna explicación ni prueba, la probabilidad de abuso aumenta a medida que los depredadores encuentran oportunidades para atacar a las mujeres cuando son vulnerables.
Stock también explica por qué permitir que las mujeres trans (hombres que se identifican como mujeres) participen en los deportes femeninos socavará y potencialmente eliminará las actividades segregadas por sexo que crean oportunidades para que las mujeres y las niñas prosperen. Hay competiciones atléticas separadas para hombres y mujeres a causa de la ventaja fisiológica que tienen los hombres sobre las mujeres, y estas ventajas no desaparecen por el hecho de identificarse como mujeres.
¿Y esto realmente importa? Bien, es importante para las adolescentes que quizás no quieren cambiarse de ropa en un vestuario al lado de un niño que se identifica como niña. Es importante para las mujeres en un gimnasio que permite la entrada de mujeres trans en un espacio “sólo para mujeres”. Es importante para las usuarias de un refugio para mujeres sin hogar que, para ser “inclusivo”, se niega a restringir el comportamiento sexualmente agresivo de las mujeres trans. Es importante para la mujer que se queda fuera del equipo olímpico de halterofilia de un país cuando se permite a una mujer trans competir como mujer. Es importante para las mujeres que fueron agredidas sexualmente por una mujer trans que estaba internada en una prisión para mujeres. Es importante para las lesbianas que no quieren tener relaciones con mujeres trans (porque su orientación sexual es hacia las hembras humanas y no hacia los machos humanos que se identifican como mujeres) y son acusadas de intolerantes y condenadas al ostracismo. Y es importante para la mujer que tuvo que luchar para recuperar su trabajo después de ser despedida por declarar públicamente que cree que “el sexo es inmutable y no se debe confundir con la identidad de género.”
Las respuestas de los transactivistas a estas cuestiones varían, pero se pueden sintetizar en un eslógan trans tan popular que una organización LGTB de Reino Unido lo puso en una camiseta: “Las mujeres trans son mujeres. ¡Supéralo!”
Lo mínimo que se puede decir sobre esto es que el significado de la afirmación “las mujeres trans son mujeres” no es una obviedad, ni intuitivamente ni lógicamente. Es una declaración que a muchas personas les parece difícil de entender, no porque sean intolerantes, sino porque parece entrar en contradicción con la realidad material. Sería más exacto decir: “Las mujeres trans son mujeres trans, lo cual plantea muchos dilemas intelectuales, políticos y morales complejos. Busquemos soluciones que respeten los derechos e intereses de todos.”
No es el eslógan más pegadizo, pero es preciso y honesto. Creo que Stock se sentiría cómoda llevando esta camiseta. Ella no condena a las personas trans ni se burla de ellas, sino que busca un entendimiento más profundo porque las decisiones de la política pública sean lo más justas posible para todo el mundo.
Independientemente de si se está de acuerdo o no con sus conclusiones, Stock argumenta con precisión y sigue las normas ampliamente aceptadas de compromiso intelectual que requieren pruebas y lógica para establecer una proposición. Si este es el caso -y no puedo imaginar que ningún lector de mentalidad abierta la acuse de fraude intelectual o de mala fe-, ¿por qué se ha denunciado a Stock y a muchos otros puntos de vista similares en términos intelectuales, políticos o morales? Ella escribe:
“Me parece particularmente revelador que los académicos que son muy críticos con puntos de vista como el mío, como el que se expresa en este libro, no tienden a abordarlos con argumentos y pruebas -como sería de esperar, teniendo en cuenta las normas académicas-, sino que a menudo recurren, de manera bastante inusual según estas mismas normas, a quejas sobre mis presuntas motivaciones o carencias personales. También tienden retóricamente a repudiar la crítica a los principios intelectuales del transactivismo como si fuera una crítica moral a las personas trans.”
Stock señala por qué esto tendría que preocuparnos, incluso a las personas que quizás no tengan experiencia directa con las políticas transgeneristas o que no estén interesadas en debates filosóficos.
“Tratar a los hombres con identidades de género femeninas como mujeres en todos los contextos posibles es un acto políticamente incendiario. De hecho, manda un mensaje de menosprecio a las mujeres, que ya eran conscientes del trato desigual que reciben sus intereses. Este mensaje dice: los intereses de los hombres con identidades de género femeninas son más importantes que los tuyos.”
En resumen: muchas de las demandas políticas del transactivismo son antifeministas. Si esto es así, ¿por qué tantas mujeres feministas y tantas organizaciones feministas han adoptado la ideología transgenerista? Stock sugiere que uno de los motivos es “ la obsesión cultural actual por la diversidad y la inclusión, que se acepta como una especie de mantra sin sentido, sin que se haya pensado realmente en qué significa o en qué se tendría que hacer.” La lucha por la justicia social se obstaculiza, no se avanza, cuando las mujeres trans pueden insistir en que tienen que ser incluídas en todos los espacios en sus propias condiciones sin ninguna explicación ni justificación, y sin tener en cuenta los efectos de estas políticas sobre mujeres y niñas. Stock señala que así como reemplazar “las vidas negras importan” por “todas las vidas importan” socava las campañas antirracistas porque ignora las amenazas específicas que sufren las personas negras en una sociedad racista, exigir que las mujeres trans sean siempre incluídas en la categoría “mujer” socava la capacidad del feminismo por incluir los intereses de las mujeres y las niñas que se enfrentan a amenazas específicas en una sociedad sexista.
Es fácil que la gente se confunda y se frustre con este debate, porque a menudo se hace pesado por el argot y la teoría abstracta. Volvamos, pues, a las preguntas centrales:
- ¿Es el género una experiencia subjetiva interna, los orígenes de la cual aún no se han explicado, o es producto de sistemas sociales y políticos que se pueden analizar y poner en un contexto histórico?
- ¿Es el género inmutable y privado, o más bien las normas de género están abiertas al cambio a través de la acción colectiva?
- ¿Se comprende mejor la dominación masculina institucionalizada analizando el sentido interno de las identidades de género de los individuos, o está el patriarcado fundamentado en la reivindicación de los derechos de los hombres a poseer o controlar el poder reproductivo y la sexualidad de las mujeres?
La referencia a la “realidad” en el subtítulo de Stock sugiere que, en ausencia de una explicación clara y convincente sobre el sexo, el género y el poder por parte del movimiento transgenerista, las perspectivas feministas y críticas con el género ofrecen la mejor explicación de la biología y la historia, de la psicología y la sociedad.
Desde ese primer artículo que escribí en 2014, he hablado con cada vez más personas progresistas que se sienten presionadas por el movimiento transgenerista para que abracen sus propuestas políticas sin hacer preguntas. Demasiado a menudo esta presión funciona. ¿Estamos creando una cultura política sana en la izquierda cuando las personas y las organizaciones creen que no tienen más remedio que adoptar posiciones políticas que no comprenden o con las cuales no están de acuerdo? ¿Avanza la política progresista cuando se silencian las legítimas diferencias de opinión porque la gente tiene miedo de ser acusada de intolerancia?
El trabajo de Stock, juntamente con otros libros como Transgender Body Politics de Heather Brunskell-Evans y páginas web como Fair Play for Women, son un recurso valioso para las personas que deseen abrirse camino a través de estas preguntas en lugar de, simplemente, aceptar la ideología o las propuestas del movimiento transgenerista. Incluso si el libro de Stock no hace cambiar de opinión a los activistas trans, proporciona un modelo de compromiso intelectual basado en principios con compasión.
Digo “compasión” porque Stock es trans friendly, como la mayoría de las personas que defendemos posiciones feministas y críticas con el género. Stock no condena ni ataca a las personas trans, sino que ofrece una manera diferente de entender la experiencia de la disforia de género y una política diferente para enfrentarse a un sistema patriarcal que es la fuente de tanto sufrimiento y angustia.
La política feminista no es una negación de las experiencias de las personas trans, sino una forma alternativa de entender estas experiencias que no implique medicación, hormonas cruzadas y cirugía. La política feminista es una aceptación de nuestras diferencias y una manera de vivir con ellas colectivamente, mientras luchamos por eliminar las jerarquías que impiden nuestra capacidad de progresar.
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Robert Jensen, profesor emérito de la School of Journalism and Media en la University of Texas at Austin, es autor de The Restless and Relentless Mind of Wes Jackson: Searching for Sustainability (University Press of Kansas, 2021) y The End of Patriarchy: Radical Feminism for Men (2017).
Twitter: @jensenrobertw Lee otros artículos de Robert Jensen
Este artículo se publicó el 5 de julio de 2021 en dissidentvoice.org