“El siglo xx será, no lo dudéis, el de la emancipación femenina […] Es imposible imaginar una mujer de los tiempos modernos que, como principio básico de individualidad, no aspire a la libertad”. A la vista de nuestro día a día, una no puede sino recordar con tristeza las palabras que escribiera en el lejano 1925 Clara Campoamor.
Porque, al poco, fueron acompañadas de otras que acabaron siendo mucho más ¿reales?: “Las mujeres nunca descubren nada: les falta, desde luego, el talante creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho”, estas dichas por Pilar Primo de Rivera en el Primer Congreso Nacional del Servicio Español de Magisterio en 1943, tan solo veinte años después.
Y sí, de aquellos polvos (los de las falangistas durante cuarenta años), muchos de los lodos actuales, para desgracia de todos, pero especialmente de las mujeres.
Sin embargo, en estas fechas tan señaladas debemos aprovechar para recordar el pasado, porque solo con él aprenderemos ⎯quiero pensar⎯ y, tal vez, evitaremos repetir errores. Porque sirvió de mucho toda la labor que llevaron a cabo las mujeres de la generación republicana, y aun de la posterior, en el desarrollo político y social de España. Fue importante, y mucho, la labor llevada a cabo por sus protagonistas, aunque poca gente se pregunta cómo se ha obtenido éste o aquel derecho; cómo se ha alcanzado éste o aquél logro o, lo que es peor, qué supuso en la vida de las españolas en abril de 1939 perder todos aquellos derechos que le había otorgado una república democrática y legítimamente elegida.
La desidia, el desconocimiento o, simplemente, la falta de posibilidades de contraste con una realidad distinta a la actual ha hecho que nos preocupemos por otros asuntos. Por no mencionar que tal vez, en la misma sociedad en la que nos ha tocado vivir no interese por tal o cual motivo que conozcamos nuestros propios antecedentes, porque el desconocimiento evita preguntas embarazosas acerca del transcurrir del pasado histórico reciente. No olvidemos que de la Segunda República y de la Guerra Civil española no nos separa todavía un siglo, y aunque puede parecer tiempo más que suficiente para tomar distancia, lo cierto es que no lo es y trazar determinados caminos todavía hoy puede herir sensibilidades contemporáneas. Porque si hay algún hecho indiscutible es que la Segunda República representó un intento de democratización del país sin precedentes que benefició, con diferencia, a las que luego resultaron ser las mayores perjudicadas: las mujeres y, a pesar de eso, todavía hoy seguimos reclamando nuestros derechos.
¿Qué pasó con las mujeres durante los años anteriores a la Guerra Civil? ¿Qué importancia tuvo su significativa participación en la política española de los años treinta? ¿Se consiguieron limar las diferencias sociales entre hombres y mujeres durante esa época? ¿Cuándo y cuánto costó alcanzar la situación de igualdad legal y personal? ¿Por qué tantas mujeres se involucraron en la Guerra Civil?
Durante la dictadura de Primo de Rivera, y el advenimiento de la Segunda República se realizaron las primeras acciones reivindicativas y esa misma actitud será la que condicionó la participación femenina en la Guerra Civil. Sin embargo, si es difícil alcanzar un reconocimiento en tiempo de paz, más aún lo será en tiempo de guerra. Un momento en el que, como señalará con acierto Irene Falcón, mente preclara donde las haya, amén de secretaria de Dolores Ibarruri: “en todos los aspectos de la vida económica del país, los puestos importantes, decisivos, los ocuparon mujeres. Las organizaciones sindicales y los partidos políticos acabaron siendo dirigidos localmente por mujeres”.
Porque hasta ese momento, los roles en la España de los primeros años del siglo xx estaban claramente establecidos: la mujer vivía subordinada al hombre, lo que suponía una discriminación en el ámbito legal y en el resto de terrenos. Las restricciones y limitaciones impedían —como si de un desarreglo genético se tratase— su desarrollo social, político, laboral y cultural. De hecho, en los años veinte en España, como en casi prácticamente el resto de países occidentales de esta época, existía una ideología general: había que mantener una sociedad basada en la hegemonía del poder masculino y limitar el ámbito del desarrollo personal de las mujeres al hogar, fomentando, como era de esperar, el culto al matrimonio y a la maternidad. Era bien simple, el varón tenía que actuar en la esfera pública y la mujer en la privada. Cualquier intento de modificar estas dos parcelas era considerado una transgresión de las normas más elementales de conducta y debía, por tanto y siguiendo la lógica dominante, ser castigado. Pero esta actitud de sumisión empieza a cambiar, y en los años veinte las mujeres empiezan a “pensar” y, a partir de ahí, a actuar y a movilizarse. “Había adquirido un tesoro desconocido para mí hasta entonces; aprendí a pensar ¡y el que una mujer se permitiese el lujo de “tener ideas” y discurriese era precisamente lo que tanto preocupaba a aquellos entre quienes yo había vivido toda la vida!”, exclamará orgullosa la intelectual de izquierdas Constanza de la Mora.
Fue en la primera década del siglo xx cuando en España se crean varias organizaciones políticas que empiezan a oponerse y buscar una solución al problema femenino. La novedad será que muchas están formadas por mujeres que demandan la creación de una nueva sociedad democrática —para la cual la república era la única solución política—, en la que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos independientemente de su sexo o condición social. Estas avanzadillas ideológico-culturales serán quienes apuesten por llevar a cabo la tan ansiada renovación del papel de la mujer en España. Para ello será necesario conseguir el sufragio universal en la constitución republicana.
Las voces femeninas que se escucharon en aquellos años no fueron casos aislados. Son muchas las mujeres que expusieron sus puntos de vista desde asociaciones, escuelas, sindicatos, revistas, órganos de participación de todo tipo o que dejaron plasmadas sus vivencias en textos que verán la luz años después. Desde María de Maeztu, hasta María Zambrano, pasando por Federica Montseny, María Teresa León o Dolores Ibárruri, por poner algunos ejemplos.
En 1931, con la llegada de la Segunda República, será cuando empiecen a fraguarse y a cuajar todas las reivindicaciones y a aumentar el número de agrupaciones femeninas, así como a incluir secciones femeninas en la mayoría de partidos políticos. Con el cambio de régimen entraremos en un período en el que las transformaciones políticas y legislativas hagan variar de forma reveladora la situación, la participación y los derechos de la mujer: igualdad ante la ley, ley del divorcio, reconocimiento de la paternidad, legislación sobre la prostitución, leyes que ayudan llevar a cabo la planificación familiar, derecho a la educación y sufragio femenino, así como una progresiva incorporación de la mujer al terreno laboral en igualdad de condiciones con el hombre. Es en este último sector donde tiene más importancia la participación de las mujeres porque accederán a la política, y una vez en el parlamento sus voces tendrán más fuerza.
Será durante la Guerra Civil (1936-1939) cuando veamos de forma más clara las diferentes actitudes de las mujeres según su ideología: las republicanas —y en este caso el término engloba a todas aquellas mujeres defensoras en el frente o en la retaguardia del poder democráticamente elegido, ya sean socialistas, comunistas, anarquistas o republicanas— quienes, junto a sus compañeros, se incorporan de un modo u otro a la lucha; frente a las sublevadas que, en nombre de dios y de la patria, reivindicarán y defenderán la vuelta a los esquemas de madre-esposa. De hecho, treinta y dos meses de guerra suponen un período histórico clave para comprobar cómo las transformaciones políticas, legislativas y sociales llevadas a cabo desde la Segunda República española hacen implicarse de manera distinta a la mujer española dependiendo del bando al que se adscriba. Así, durante todo el conflicto bélico, se produjo un cambio en el trato y en la importancia de la participación de las mujeres que no sólo provocó la creación de un discurso propio para, por y de mujeres, sino también de una imagen distinta a la que hasta ahora se había tenido. Las diferentes fuerzas políticas a favor de la república mantuvieron o ascendieron en sus cargos a líderes como Dolores Ibárruri, Federica Montseny, Matilde de la Torre, Lucía Sánchez Saornil o las jóvenes Teresa Pàmies, Juana Doña o Aurora Arnáiz, dirigentes que creen indispensable la incorporación de la mujer a una guerra en la que se juegan las libertades de un pueblo.
También desde el bando de los sublevados se trató de atraer a las mujeres a través de voces como Pilar Primo de Rivera o Mercedes Sanz Bachiller, en el terreno político, o Concha Espina y Mercedes Fórmica, en el intelectual, aunque con un enfoque en el que se abogaba por la restitución del papel que había tenido la mujer desde siempre y con escaso contenido ideológico detrás. El porqué de un discurso distinto —casi diría del no discurso en el caso de las franquistas—, nos lo da María Zambrano: “Resulta imposible encontrar juntos creación intelectual y fascismo. (…) hemos vuelto al punto de partida en el examen del fascismo; una enemistad con la vida, una impotencia de recibir la realidad que hace imposible la creación intelectual”.
Y por eso también es muy significativa —casi me atrevería a decir que por deprimente— la forma en que tras la victoria del franquismo se reduce o elimina la participación de las mujeres —ya sea de forma condicionada o voluntaria— en todos los ámbitos de la sociedad en los que había participado de pleno relegándose al ámbito del hogar. Basta leer un texto de Marichu de la Mora, una de las autoras de la Sección Femenina de Falange: “Una cosa queda clara en nuestro espíritu femenino: que en resumidas cuentas, ¡por fin!, hay un Estado que se ocupa de realizar el sueño de tantas mujeres españolas: ser amas de casa”.
Y así de radical fue el cambio. La proclamación en Burgos en abril de 1939 de la victoria de los sublevados y con ella el establecimiento de la dictadura será el contrapunto, el encargado de dar al traste con todos los derechos que tantos esfuerzos había costado conseguir a las mujeres. Y serán ellas mismas quienes, con el programa del movimiento en una mano, y el misal en la otra lograrán la implantación de un estatus del papel de la mujer que rozó, en no pocos casos, el de “mueble” del hogar, apoyada y defendida por un colectivo de mujeres que propugna un retroceso. Un colectivo que defenderá la total regresión de todos los planteamientos y avances que se habían ido abriendo paso en la España republicana. Las mujeres del Servicio Social y de la Falange serán quienes, con la ley del terror en la mano, detendrán los adelantos conseguidos, hasta invalidar lo que tantos esfuerzos costó conseguir. Por eso, y más en épocas como las actuales, en la que parece que los términos feminismo, democracia o igualdad se utilizan sacados de contexto es más importante que nunca conocer la historia, nuestro pasado reciente. En definitiva, como dijo Fernanda Romeu Alfaro en uno de sus libros, conozcamos la historia “para que no olvidemos lo que somos, detengámonos hoy y recordemos; ya que vivimos en una sociedad construida sobre la mentira y la ambigüedad. Una sociedad que se está marchitando por falta de autenticidad” y que solo leyendo a esas mujeres, que en muchos casos dieron su vida por la igualdad y la dignidad republicana, podemos ayudar a construir un mañana más fuerte.
Escrito por Carmen Domingo.