La filósofa estadounidense Judit Butler, al publicar El género en disputa en los noventa, abrió la caja de Pandora. En ese momento, el feminismo ya tenía claro, lo había dicho Simone de Beauvoir en El segundo sexo, que el género era aquel comportamiento que tenemos asociado culturalmente, resultado de patrones sociales. Pero Butler añadió a esa reflexión que el sexo es también un constructo social, sumándose a la teoría queer que defiende que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están marcados por la biología. Se unió así, o más bien se eliminó la diferencia ⎯y aquí está la trampa y el peligro⎯: sexo y género, defendiendo una identidad que depende de nuestro deseo, de lo que sentimos en un momento dado. O sea una persona puede elegir ser mujer, hombre o las dos cosas a voluntad ⎯bienvenidos al binarismo a voluntad⎯.
Ese “No existe ni género ni sexo”, o sea, no existen “las diferencias entre hombres y mujeres”, es lo que nos preocupa ⎯y con razón⎯ a las feministas. Porque, eliminadas esas diferencias de sexos, desaparecen todas las opresiones contra las que ⎯por el hecho de ser mujeres y tener un sexo⎯ ha luchado el feminismo desde sus orígenes. Parece claro que si no hay diferencias de sexo, no hay sexismo y, por lo tanto, no hay lucha feminista. ¿Cómo defender desde el feminismo la igualdad para las niñas en su derecho a la escolarización en aquellos países en los que no pueden asistir al colegio? ¿Cómo luchar contra la ablación? ¿Cómo redactar las leyes de violencia machista sino no existen mujeres agredidas? En definitiva, si el sexo no es real, sino una identidad elegida a voluntad, y no existe diferencia entre hombres y mujeres, porque somos seres binarios, ¿cómo reivindicar una sociedad igualitaria si no existe desigualdad?
Así, para cambiar de identidad se recuperó el concepto de género y con él se recuperaron los estereotipos de hombres y mujeres y con ellos todas las opresiones contra las que ⎯por el hecho de ser mujeres y tener un sexo⎯ ha luchado el feminismo desde sus orígenes. Ni la Sección Femenina hubiera sido igual de contundente adjudicando estereotipos. Así, si un niño decide hacerse agujeros en las orejas para llevar pendientes, vestirse de rosa, pintarse los labios y llevar tacones es ⎯qué cosas⎯ una mujer, sin necesidad más que de desearlo, ahí está el matiz que la aleja de la disforia de género (desajuste o malestar con su cuerpo) que es una enfermedad con diagnóstico y tratamiento.
Entonces… ¿los estereotipos de género existen? No habíamos quedado desde el feminismo, tras leer y asimilar a Simone de Beauvoir, que el género, precisamente, es lo que hay que abolir y de ahí que “una mujer no nace, sino que se hace” y la lucha a la que nos debemos enfrentar?
La futura ley trans
En este punto, en España, desde cierta izquierda no se tardó en defender las teorías queer adoptadas por Judit Burtler; con este complejo que existe de respaldar cualquier posicionamiento tan solo para distanciarse de la derecha, aunque se acabe defendiendo lo indefendible. Si, además, hablamos de minorías, y de culturas diferenciadas, el terreno estaba abonado. ¿Cómo atreverse a defender la izquierda que las mujeres tiene vulva y los hombres pene, si eso lo hace la derecha ultramontana? De hecho, Podemos, y parece que también Izquierda Unida, han caído en la trampa. Y no hay más que leer la “Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género”, que planteó el partido morado en la pasada legislatura defendiendo la eliminación de las categorías antropológicas, varón y hembra. De seguir así, nos encontraremos que si el que legisla es Vox, nuestros hijos no podrán acceder a la asignatura de educación sexual, y si el que gobierna es Podemos, nuestros hijos de ocho años tendrá un sexo u otro cada día según la identidad que decidan en función de la ropa que se pongan.
La alarma saltó desde el feminismo tras leer alguna de las reivindicaciones de Podemos: “La autodeterminación de la identidad sexual no podrá ser puesta bajo cuestionamiento de manera que en ningún momento, proceso o trámite se exigirá la aportación de medios probatorios de aquella. En todo momento será considerada e interpretada de acuerdo a la manifestación de voluntad personal”, o sea, sin necesidad de cirugía y sin supervisión médica ni psicológica, defendiendo la legislación de la no identidad del individuo. Vamos que uno llega a los baños del aeropuerto y entra al de mujeres u hombres según su propia autodeterminación en ese momento y sin que nadie se lo pueda discutir; o se acoge a la cuota femenina o masculina de cualquier trabajo según le interese; o entra en la piscina nudista para mujeres de Madrid si ese día se siente mujer. ¿Recordáis las listas cremalleras adoptadas para las elecciones con el objetivo de alcanzar un equilibrio de sexo? Respirad, ya no serán necesarias, porque cualquiera puede ser candidato o candidata.
Recordemos que para la teoría queer la mujer y el hombre no son realidades empíricas en relación al sexo, sino figuras no constitutivas de naturaleza fija, que cambian, vamos. Entonces, ¿la biología no existe? ¿Puede el Estado legitimar las subjetividades relativas de todos nosotros? ¿Puede prever la ley la defensa binarismo y simultanear la categoría hombre/mujer y así la desaparición de la defensa del sexo? ¿La individualidad es prioritaria a lo colectivo?
No podemos quedarnos calladas, desde el feminismo debemos alzar la voz y alertar sobre el abandono de lo material por lo simbólico y el peligro que eso supone. Defender una ley que respalda que te cambies de sexo sin necesidad de ningún diagnóstico equivale a eliminar los sexos y, al fin, y ahora llega la maniobra perversa, se consigue algo que el patriarcado ni se había atrevido a soñar: eliminar, por ley, la existencia de las mujeres y, no perdamos este detalle de vista, de los homosexuales, porque no se puede ser homosexual si los sexos no existen.
Por eso la defensa de las posiciones feministas son más necesarias que nunca. El sexo es una característica biológica que no tiene que llevar aparejada la asignación o imposición de comportamientos sociales, o sea de género, para diferenciarnos. Es más, debemos luchar ⎯principalmente desde el feminismo⎯ por defender que la feminidad no normativa no implica querer cambiarse de sexo, o sea ser transgénero, muchas mujeres heterosexuales y lesbianas están disconformes con la feminidad normativa y huyen de la imagen que la sociedad les marca siendo mujeres. Si desarrollamos la tesis de eliminar elementos biológicos ¿podríamos replantearnos diferencias entre las razas? ¿Por qué no elegir ser negro o blanco si puedo elegir entre ser mujer u hombre?
En definitiva, desde el feminismo debemos insistir en que nos matan, nos marginan, nos violan, nos obligan a casarnos, nos cortan el clítoris, exigen nuestra virginidad, en definitiva, nos oprimen por tener vagina, por ser mujeres. O sea, el sexo existe.
Escrito por Carmen Domingo