El 15 de diciembre de 2022 tuvo lugar el último #WebinarFeminista del ciclo de formación Ciencias sociales con perspectiva feminista, organizado por Feministes de Catalunya. Este ciclo abordó cómo se teoriza y se analiza desde distintas disciplinas científicas el sistema de desigualdad entre hombres y mujeres que llamamos patriarcado. A lo largo de varias sesiones, vimos cómo todas las disciplinas sufrían históricamente de un sesgo androcéntrico y no abordaban cuestiones que afectan a la mitad femenina de la humanidad. A lo largo del siglo XX, las científicas feministas tuvieron que reformular los enfoques de sus disciplinas para estudiar el patriarcado. Justo cuando parecía que la investigación feminista empezaba a abrirse paso, se produjo un giro epistemológico en las ciencias sociales hacia un paradigma auto-reflexivo y posmoderno.
Este cambio de paradigma tenía cierta resonancia con la crítica feminista a la autoridad del conocimiento y a sus sesgos androcéntricos pero, con el pretexto de impugnar la jerarquía entre investigador e investigado, acabó por relativizar el conocimiento científico y equipararlo a la experiencia subjetiva. Con el título El giro posmoderno en las ciencias sociales y su impacto en la investigación feminista, este webinar analizó cómo, bajo una apariencia revolucionaria, el paradigma posmoderno contribuye a desvirtuar el propósito de la ciencia feminista, que era investigar cómo se crea y se reproduce la desigualdad entre hombres y mujeres. También se abordaron sus consecuencias políticas, tanto en su conflicto con el feminismo, como su influencia sobre una izquierda que ha asumido postulados individualistas e identitarios alejados de un análisis estructural de la desigualdad.
El webinar se organizó como mesa redonda con tres ponentes: la socióloga Rosa Cobo, de la Universidad de A Coruña, la filósofa de la ciencia Anna Estany y la antropóloga Sílvia Carrasco, ambas de la Universidad Autónoma de Barcelona.
La tradición moderna y los grandes relatos de la historia
La posmodernidad surge como corriente filosófica y teórica en los años 1970 en Estados Unidos, con el telón de fondo del desmoronamiento del socialismo real y el auge de las políticas económicas neoliberales y del conservadurismo político de Reagan y Thatcher. Esta corriente pretendió impugnar y superar el paradigma imperante de la época, la modernidad. Como explica Rosa Cobo, la modernidad partía de un supuesto: la existencia de un sujeto constituyente con un núcleo racional, el cogito ergo sum de Descartes. Este sujeto racional se caracterizaba por la autorreflexividad (es decir, tenía consciencia de sí mismo y de su propia existencia), la intencionalidad (tenía la capacidad de actuar por principios), la responsabilidad (de las propias acciones) y la autonomía (para proyectar un plan de vida para el futuro y en conjunto con otros individuos). El sujeto moderno, que se supone trascendental, neutro y objetivo, es el autor de su propia historia.
En esta tradición se enmarcan, de forma crítica, las grandes teorías de la emancipación, el marxismo y el feminismo, como grandes relatos de toma de conciencia de los sujetos oprimidos para liberarse de su opresión. El marxismo hace un gran relato de la opresión capitalista y de las luchas obreras por la emancipación. El feminismo es un gran relato de las luchas emancipatorias de las mujeres.
Crítica feminista a la modernidad
La tradición feminista interpeló a la modernidad y cuestionó su concepción del sujeto, de la historia y del conocimiento. Y es que, como explica Rosa Cobo, la modernidad articuló su idea de sujeto desprovista de adscripciones sociales, pero en realidad los seres humanos tenemos sexo y pertenecemos a grupos culturales y étnicos, y a cierto estrato social. Al ignorarlo, la modernidad proyectaba en su sujeto a un varón burgués, blanco, propietario y cristiano. El feminismo argumentó que el sujeto de la razón no es ni universal, ni neutro, ni objetivo. En este sentido, la crítica feminista se situó dentro de los mismos parámetros de la modernidad; es decir, asumió la noción de sujeto, pero como señaló Celia Amorós, para que esta sea útil debe ser más verosímil, menos mistificada. El sujeto es un ser sexuado y para que su Historia sea universal debe incluir las prácticas tanto de las mujeres como de los hombres y los efectos que se derivan de esas prácticas (desiguales).
Silvia Carrasco ejemplificó bien este punto con las aportaciones de las antropólogas a su disciplina, históricamente dominada por hombres. La antropología parte de una hipótesis radicalmente moderna: que los seres humanos somos iguales (hipótesis de la unidad psíquica) y, ante esta constatación, intenta responder a la pregunta “¿cómo puede ser que seamos tan distintos?”, explicando la diversidad de prácticas de los distintos grupos humanos como soluciones a problemas universales en contextos ecológicos, tecnológicos y demográficos diferentes. Sin menospreciar este principio básico del proyecto intelectual de la antropología, las antropólogas señalaron que sólo se había estudiado la diversidad de prácticas masculinas. Con su etnografía, las antropólogas descubrieron, por ejemplo, la importancia de las recolectoras. Aunque la actividad de los hombres (la caza) era la de prestigio, no era la que sustentaba la vida cotidiana del grupo: la recolección era la principal fuente de alimentación. La historia estaba sesgada por el androcentrismo de los antropólogos, que habían descrito los grupos de “cazadores”; ellas escribieron la historia más verosímil de los “cazadores – recolectores”.
Aportaciones feministas a la comprensión de la desigualdad
Silvia Carrasco explicó cómo esta comprensión antropológica de la diversidad contribuyó también a desenmascarar la artificialidad del patriarcado. Las antropólogas investigaron la subordinación de las mujeres en las diferentes culturas y descubrieron que los contenidos que cada cultura consideraba “propios de hombres” o “propios de mujeres” eran aleatorios. Esto les permitió conceptualizar el “género” como una construcción cultural artificial que naturaliza la inferioridad de las mujeres. Como decía Pierre Bourdieu, la enculturación feminiza a las mujeres y masculiniza a los hombres creando así una sociedad estratificada en todas las culturas. Además, la masculinización de los hombres se produce, en muchas culturas, a través de una socialización violenta contra las mujeres, que es la herramienta fundamental del patriarcado para subordinarlas, y que sólo puede interpretarse, como lo hizo Françoise Héritier, como un “exceso de cultura”.
Como destacó Anna Estany, el marco teórico feminista sobre sexo y género proporciona elementos para clarificar y analizar las prácticas políticas y sociales y sus bases ideológicas. Anna propuso diferenciar los conceptos de igualdad y equidad. La inequidad se da en situaciones sociales diferentes por razones injustas. En cambio, determinantes como el sexo o la edad son “desigualdades” que no implican una cuestión moral, aunque pueden suponer discriminación. Una cosa son las expresiones biológicas de la inequidad social (por ejemplo, que los pobres viven menos años) y otra las inequidades sociales de la desigualdad biológica (trato social injusto basado en los condicionantes biológicos). Es en ese sentido que Ruth Bader Ginsburg argumentó contra la discriminación en base al sexo. El género, en cambio, se refiere a convenciones, roles y comportamientos ligados a la cultura, que se asignan a hombres y a mujeres, a niños y niñas, así como las relaciones recíprocas entre ellos. El sexo no lo podemos elegir. Lo que podemos cambiar es el género, es decir, las expresiones culturales del determinante biológico que es el sexo, e intentar que no revierta en inequidades sociales.
Síntesis de la crítica posmoderna
Anna Estany situó el libro Conocimiento e Imaginario Social, de David Bloor (1976), como obra fundacional de la posmodernidad. En ella se desgrana lo que se ha conocido como el Programa fuerte en sociología del conocimiento científico, también desarrollado por la Escuela de Edimburgo y autores como Barry Barnes, John Henry, Harry Collins y Bruno Latour. Su idea central es que las ciencias (incluso las consideradas “puras”, como las matemáticas o la física) dependen fundamentalmente de factores sociales, económicos y culturales, más que de la observación o la lógica. Según estos autores, la ciencia es el resultado de una negociación alcanzada por un colectivo o una comunidad, de modo que sus resultados no son fruto de una comprensión profunda de la realidad natural y social, sino de simples construcciones mentales intersubjetivas y sin base objetiva.
Para Sheila Benhabib, la posmodernidad declara la muerte del sujeto, de la historia, y de la epistemología, es decir, de un conjunto de categorías y conceptos que tengan una validez universal para evaluar el mundo. Como explicó Rosa Cobo, si no existe la verdad objetiva no hay base para el conocimiento. Tampoco hay científicos, puesto que la posmodernidad niega la existencia de un sujeto constituyente, autónomo y racional. En su lugar, define el sujeto como una posición en el lenguaje, con la conciencia ilusoria de ejercer un papel rector cuando es un mero personaje sujeto a regímenes que se han constituido sin su intervención y que le constituyen. Según este criterio, no es posible interpretar la realidad más allá de la experiencia concreta y cualquier metarrelato será homogeneizante y, por lo tanto, potencialmente esencialista y totalitario. Frente a los grandes relatos, frente a la historia de la modernidad, la posmodernidad propone microrrelatos sustentados en las experiencias.
Implicaciones del giro posmoderno para las ciencias
La diseminación de la perspectiva posmoderna en la academia en los años 80 tuvo un impacto profundo, particularmente en las ciencias sociales. Silvia Carrasco explica que, al inicio, algunas obras plantearon argumentos críticos con la antropología tradicional interesantes. Por ejemplo, que al obviar la condición de sujeto de los propios investigadores se ignoraba su sesgo etnocéntrico en la producción de conocimiento, que impregnaba la interpretación de las maneras de vivir, pensar y sentir de otros pueblos del mundo. Esto planteó una reflexión necesaria sobre la representación del “otro”, de la alteridad. En realidad, este ejercicio ya lo estaba haciendo la antropología feminista, intentando comprender a partir del análisis de formas locales, pero sin perder de vista un proyecto político de emancipación, un gran relato con un sujeto, las mujeres. Sin embargo, la crítica posmoderna fue más allá, confundiendo el interés por estudiar al “otro” con la continuación de un proyecto colonialista homogeneizador. Al renunciar a comprender la diversidad desde la certeza de una humanidad compartida, Silvia afirma que la antropología posmoderna subvierte completamente el proyecto intelectual de la disciplina, se aleja de la pretensión de crear conocimiento de la sociedad para transformarla y sufre un profundo deterioro en sus perspectivas teóricas, epistemológicas y metodológicas.
Para Anna Estany, el imperio de la posmodernidad ha sido muy perjudicial para la ciencia y la fundamentación de la misma. La perspectiva posmoderna parte de una confusión entre la relevancia de factores contextuales (sociales, políticos, éticos) en la investigación científica y la imposibilidad de tener criterios objetivos sobre las teorías del mundo. Hay una parte del diagnóstico cierta: nadie puede negar que hay factores sociales y políticos que intervienen en qué temas se investigan o reciben financiación. Pero esto no implica que no se pueda acotar el conocimiento. En otras palabras, que todo conocimiento se sitúe en un contexto determinado no implica que no podamos distinguir categorías objetivas, como el sexo, de construcciones culturales como el género. El uso de estos términos como equivalentes ofusca diferencias importantes para el conocimiento científico en general, y para la investigación feminista en particular. Y esto no es solo relevante para las ciencias sociales: Carme Valls subraya la importancia tanto de distinguir a los seres humanos por sexo, como de distinguir entre sexo y género, tanto en los estudios clínicos como en los tratamientos médicos.
Críticas académicas a la posmodernidad
Frente al marco posmoderno surgieron una serie de críticas. Anna Estany destacó las obras Higher superstition. The academic left and its quarrels with science, de Paul Gross (biólogo) y Norman Levitt (matemático) en 1994, y Una casa en arenas movedizas, de Noretta Koertge (filósofa de la ciencia) en 1999, que cuestionaron el constructivismo social de los estudios de la ciencia y el relativismo de la teoría posmoderna como un pensamiento sin base epistemológica. Gross y Levitt afirmaban ya en los 90 que la izquierda académica en los EEUU, impregnada de posmodernismo, se había vuelto intransigente y anticientífica.
Una prueba de ello fue el escándalo Sokal en 1996, en el que el físico teórico de NYU Alan Sokal se propuso desenmascarar las ideas anticientíficas de los intelectuales posmodernos y consiguió publicar en la revista Social Text, portavoz de la intelectualidad de la izquierda, un artículo con afirmaciones absurdas y delirantes. Unas semanas después, desveló el embuste en un artículo titulado “Imposturas intelectuales”. Como concluyó Noretta Kortge, “el conocimiento científico es el mejor tipo de conocimiento que tenemos”. Que sea determinista no implica que sea dogmático. Como decía Antoni Domenech, “ignoramos más de lo que conocemos, pero la cuestión radica en cómo gestionamos la ignorancia”. Anna añade: el relativismo posmoderno es la peor forma de gestionar la ignorancia.
El antagonismo entre feminismo y posmodernidad
Con estos precedentes llegamos a la teoría queer, desarrollada por Judith Butler en obras como Deshacer el género, entre otras. En ella se sostiene que el sexo es una construcción social, y que los géneros y las identidades sexuales no están marcadas por la biología. En lugar de superar el determinismo biológico (como plantea la tesis feminista) la teoría queer propone otro determinismo, uno de carácter social. Anna Estany denunció que la palabra género ha subsumido las reivindicaciones del feminismo. En todos los ámbitos (artísticos, culturales, científicos, sociales) “género” ha sustituido “mujeres” y “feminismo». Se habla de “perspectiva de género”, “estudios de género”, con una fuerte operación de resignificación que subvierte el marco teórico feminista del sistema sexo/género y reduce la construcción cultural de la desigualdad entre hombres y mujeres a una experiencia subjetiva. Con estos visos, afirmó Anna, resulta imposible el diseño de políticas públicas feministas.
Rosa Cobo nos recordó que el feminismo tiene sus propias raíces teóricas y políticas, anteriores a la posmodernidad. Sin embargo, la influencia de la posmodernidad en la teoría feminista ha sido muy fuerte, particularmente en Estados Unidos: Susan Hekman, Rosi Braidotti, Gayatri Chakravorty Spivak, Jane Flax, Judith Butler. Frente a ese sujeto universal y trascendental, estas teóricas posmodernas proponen un Yo anclado en los sentimientos, los deseos y las experiencias concretas. Celia Amorós denunciaba que las mujeres hemos estado tres siglos luchando para constituirnos en sujeto y aparecer en la historia universal, hasta entonces masculina, y de pronto la posmodernidad declara la muerte del sujeto y nos devuelve al terreno de lo específico. La teoría feminista no puede renunciar a conceptualizar las relaciones y las diferencias sexuales, materiales y simbólicas, entre los seres humanos. Si no hay categorías universales, ¿qué hacemos con la noción de patriarcado? ¿Puede un proyecto emancipador sostenerse sin un sujeto (las mujeres) y sin un relato (la genealogía feminista) que explica las luchas contra una opresión universal (el patriarcado)?
Por tanto, el antagonismo entre el feminismo y la posmodernidad es de carácter ideológico y filosófico. El supuesto “conflicto generacional” es un relato falso e interesado que pretende deslegitimar la posición feminista, atribuyéndole la etiqueta “clásica” que, como dice Rosa Cobo, en el fondo sugiere que somos obsoletas y hemos dejado de comprender el mundo. Para Rosa, la fascinación de la gente joven por el marco cultural queer y la promesa de transformar el sexo se puede interpretar como una manera de erosionar lo socialmente establecido, ante la carencia de un horizonte alternativo que permita canalizar la rebeldía contra el sistema, como el comunismo en generaciones anteriores. Sin embargo, esta supuesta impugnación no sale del marco capitalista. Para Anna Estany, este discurso de conflicto generacional es una falacia que, además de reforzar el menosprecio patriarcal hacia la acumulación de conocimiento y criterio en las mujeres de más edad, denota una ignorancia profunda de la historia del conocimiento científico, puesto que la crítica a la posmodernidad viene de lejos. Anna zanja la polémica exclamando que ¡Carmen Calvo y Judith Butler tienen la misma edad!
La posmodernidad como instrumento cultural del neoliberalismo
Susan Sontag define la posmodernidad como la lógica cultural del neoliberalismo, que se caracteriza por la superficialidad, la exaltación de la imágen y el simulacro. Para Fredric Jameson, la posmodernidad marca una nueva etapa en el modo de producción capitalista. Rosa Cobo explicó que la posmodernidad hace una doble operación muy funcional al capitalismo neoliberal: por una parte sobredimensiona el Yo y sus deseos, y por otra oculta los sistemas de dominio. Al invisibilizar las estructuras de poder, cualquier análisis de un fenómeno social llega necesariamente a la conclusión de que los individuos realizan las acciones que les convienen. Situar la experiencia subjetiva como la única fuente de autoridad legitima sistemas desiguales y violentos como la prostitución, por ejemplo a través del mito de la libre elección.
Seguramente la peor noticia del imperio de la posmodernidad es su penetración en la izquierda. La “nueva izquierda” se gestó en los años 70 a partir de dos grandes imaginarios: igualdad y reconocimiento. Sin embargo, las políticas económicas neoliberales dieron un golpe irreparable al imaginario de la igualdad y desde entonces ha primado el imaginario del reconocimiento. Rosa Cobo señala que, además, la izquierda tiene un problema crónico de orfandad porque con la profunda transformación productiva y la desindustrialización, ha perdido su sujeto político. La socialdemocracia lo ha recompuesto a través de las clases medias y la nueva izquierda posmoderna lo hace a partir de la suma de identidades. En la sociedad española, la nueva izquierda gestada en 2015 ha revitalizado una idea de libertad sexual instrumental para justificar todos los procesos de mercantilización de las mujeres.
Sin embargo, una izquierda digna de su nombre no puede renunciar a la capacidad de las instituciones de garantizar la igualdad, la redistribución y la participación en condiciones de plena ciudadanía. Silvia Carrasco advirtió de que cuando la noción de identidad determina las políticas públicas, estas acaban siendo meramente simbólicas, porque no las acompaña una transformación de las condiciones materiales de vida. Y lo que es más grave, no sólo no se transforma la realidad sino que a menudo se enmascara y se relativiza la desigualdad con el pretexto de respetar la diversidad. Anna Estany también señaló el peligro de adoptar la perspectiva posmoderna en las instituciones. Lejos de ser un ejercicio intelectual inocuo, las posiciones académicas son responsables al trivializar y banalizar las consecuencias de adoptar ciertas ideas en la legislación. Por ejemplo, decir que el sexo es una construcción social es una forma de negacionismo biológico con consecuencias muy tangibles y nocivas en su aplicación en la vida real, cuando miles de adolescentes están siendo hormonados y mutilados persiguiendo una imposibilidad, que es cambiar de sexo.
Cuando la izquierda abandona la racionalidad, deja un terreno abonado para la extrema derecha. Para Sílvia Carrasco, que la izquierda haya comprado el paradigma de las identidades es una derrota política, porque predomina siempre una idea de singularidad que fragmenta e impide identificar aquello que compartimos como oprimidos en un mismo modo de producción que nos convierte en consumidores compulsivos de nuestra propia imagen. Sin plantearse preguntas universales, la izquierda carece de herramientas para analizar el cambio social profundo promovido por el neoliberalismo cultural, que con sus actitudes individualistas e insolidarias hace aceptable e incluso deseable el neoliberalismo económico, en especial en lo relativo al mercado de la vida, que afecta de forma muy específica a las mujeres. Para Silvia, las mujeres que luchamos por una emancipación como ciudadanas de pleno derecho necesitamos rearmarnos intelectualmente y rearticularnos políticamente, ya que nos hemos quedado huérfanas de representación en una izquierda que ha abrazado las tesis posmodernas.