La formación y el debate son pilares básicos dentro de Feministes de Catalunya, por eso esta primavera volvemos con un nuevo ciclo de #WebinarFeminista.
Nuestra primera sesión la dedicamos a explorar la explotación laboral de las mujeres en el contexto del capitalismo global de la mano de cuatro ponentes que, desde sus distintas perspectivas, han sido capaces de elaborar un amplio mapa de la misma.
En palabras de Sílvia Carrasco, el trabajo es la aplicación del esfuerzo humano a la producción de recursos, bienes y servicios para satisfacer necesidades humanas y, por tanto, para generar bienestar. Sin embargo, en un mundo globalizado y dominado por una lógica capitalista, está sirviendo para empobrecer a mujeres del Norte, pero también del Sur, a sus familias y comunidades, concentrando la riqueza en unas pocas manos.
Denisse Dahuabe, chilena, Coordinadora de Roba Neta
Esta estructura se ve claramente a través de Roba Neta de SETEM, la campaña internacional que lleva 30 años denunciando las condiciones laborales de las trabajadoras del sector textil en Tánger y que está coordinada por Denisse Dahuabe.
El sistema capitalista neoliberal se ha convertido en una estructura deslocalizada. Grandes marcas de todo tipo, pero especialmente las textiles, pueden enviar sus fábricas a distintos puntos del mundo, lo que genera una gran oscuridad en la cadena de proveedores y la imposibilidad de dirigirse a quien ha realizado la fabricación. La verdadera revolución, en palabras de Denisse, sería la regulación de estas redes.
El sector textil es un sector profundamente feminizado. Más del 60% de los 80 millones de personas que trabajan en el sector son mujeres. De éstas, más del 50% no tienen contrato y para obtener un salario digno se ven obligadas a hacer muchas más horas de las pactadas. A eso hay que sumar que más del 60% no tienen cobertura de seguridad social. Cualquier tipo de queja acarrea amenazas, violencia o directamente despido.
Este estudio se ha realizado en un polígono industrial en Tánger, totalmente vallado y militarizado. Las trabajadoras llegan en autobuses y el viaje corre de su cuenta. Allí se fabrican las principales marcas españolas y europeas, que evitan cualquier tipo de responsabilidad sobre las condiciones de trabajo de estas mujeres.
El estudio completo se puede encontrar en robaneta.org
Miriam Suárez, ecuatoriana, de Las Kellys Catalunya
Nuestro país tampoco escapa de las condiciones de precariedad laboral y explotación. Es el caso de las camareras de piso, otro sector fuertemente feminizado, cuyas condiciones, que no eran buenas, empeoraron a raíz de la Reforma Laboral de 2014. El abaratamiento de los despidos y la subcontratación llevaron a las camareras de piso a organizarse y finalmente a crear un sindicato.
Las condiciones físicas del trabajo de las camareras de piso son muy duras, dado el volumen de habitaciones que tienen que hacer. Pero la externalización ha supuesto doblar el volumen de trabajo por el mismo sueldo y las mismas horas. No hay inspección y no hay denuncias, porque son contratos de obra y servicio (1 habitación x 1’50€/ 300 habitaciones al mes), y la conciliación laboral y familiar es inexistente. Tampoco tienen reconocidas las enfermedades laborales y las mutuas no quieren cubrirlas. Por lo que respecta a la categoría profesional, no son contratadas como camareras de piso, sino que las subcontratas se acogen al convenio mínimo.
La externalización de la limpieza ha supuesto la cesión ilegal de trabajadoras, ya que la limpieza de un hotel es un servicio esencial.
El sindicato de Las Kellys exige una modificación del estatuto de los trabajadores, pero sobre todo un mayor control por parte de la inspección laboral que permita revertir esta externalización.
Gaby Poblet, antropóloga, argentino-catalana, de Feministes de Catalunya
El servicio doméstico, el «trabajo» de interna, los servicios de cuidados a personas dependientes en casa… en estos casos: ¿Quién trabaja? ¿Quién contrata? ¿Quién explota? ¿Por qué se explota a las mujeres?
Pese a que el cuidado y la limpieza son actividades de primera necesidad, el servicio doméstico ha sufrido una mercantilización total a la par que ha crecido la demanda, especialmente en el cuidado de personas mayores y dependientes.
Sin embargo, se trata de un trabajo de supervivencia, un trabajo de paso. Hay más de medio millón de personas trabajadoras en servicio doméstico y de cuidado, bajo condiciones muy precarias: casi la totalidad son mujeres, el 30% en condiciones de trabajo irregular, el 43% extranjeras (regularizadas).
El problema del servicio doméstico es que «es lo que hay»: no hay otras oportunidades, hay falta de capital social y el ámbito en que se desarrolla es especial ya que se define por dos características que lo distinguen:
- Se produce en la esfera del hogar, donde no hay posibilidad de inspecciones de trabajo, y donde el aislamiento hace plantearse a la ponente que sea éste un verdadero «trabajo», ya que no produce identificación e impide el sentimiento colectivo.
- Pero además este trabajo se define por el rol y no por las tareas, está cargado de un simbolismo en el que habita la explotación, no sólo porque es un sector oscuro que impide el control, sino también porque genera relaciones de explotación camufladas por la proximidad, por el paternalismo, por los favores, que se confunden con las obligaciones laborales o donde el límite no está claro.
Quien explota en este caso es el Estado, porque no hay políticas públicas que cubran las necesidades de cuidados de las personas. Y se explota a las mujeres porque se siguen reproduciendo los roles sexistas que nos oprimen.
Liliana Reyes, socióloga, mexicana, de Dones de CCOO Catalunya
Desde el sindicalismo, Liliana Reyes explica qué son los trabajos esenciales: son servicios indispensables para el sostenimiento, la reproducción y el desarrollo de nuestra vida. Pero hablar de trabajos esenciales también supone hablar de mujeres pobres, muchas de ellas migradas, que huyen de la violencia de sus países de origen pero quedan atrapadas en la violencia de la explotación laboral, donde lo público es subcontratado y se convierte en mercancía.
La relación histórica entre los trabajos esenciales y las mujeres es una historia de roles de género y clase, de mujeres pobres. En la pandemia se han visto reforzados los patrones de desigualdad previos y se ha puesto en evidencia la discriminación laboral y segregación social por razones de sexo. Las mujeres, por razón de los roles de género asignados, estamos destinadas a los trabajos más indispensables, pero también más precarizados y menos valorados, porque no tienen valor de mercado.
Por eso, entre el personal sanitario, las personas que trabajan en los sectores más feminizados, precarizados y externalizados, pero también más esenciales, como las cuidadoras de residencias para personas con discapacidad o las enfermeras de centros de diálisis que están externalizados, fueron las últimas en recibir los equipos de protección y las vacunas. Por eso las trabajadoras de limpieza de centros sanitarios, hasta la fecha, no han sido entendidas como trabajadoras esenciales, ni se les ha reconocido la covid como enfermedad profesional ni han recibido la compensación económica correspondiente.
La invisibilización de estas trabajadoras no es un olvido, es una discriminación, es una negación clara del reconocimiento de los derechos de toda la ciudadanía desde el eslabón más débil. Y esto es violencia: los salarios bajos, la precariedad, la nula protección ante los riesgos laborales… ahondando en las situaciones de desigualdad de las mujeres, especialmente de las migrantes.
Con la pandemia, las vidas de quienes nos cuidan, desinfectan y velan por los servicios esenciales han pasado de una precariedad habitual a situaciones de verdadera explotación y abandono por parte de las administraciones, sin que ello haya supuesto una pérdida en la calidad de los servicios que las personas dependientes han recibido y siguen recibiendo.
Escrito por Elisa Martínez.
Podéis ver la sesión completa aquí: