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¿La desigualdad económica entre hombres y mujeres ya no existe?

El 15 de noviembre, Feministes de Catalunya organizó un #WebinarFeminista bajo el título “¿La desigualdad económica entre hombres y mujeres ya no existe?” a cargo de Carmen Sarasúa, profesora de Economía de la Universidad Autónoma de Barcelona. Este webinar forma parte del ciclo de Ciencias Sociales con Perspectiva Feminista que la asociación llevó a cabo durante el otoño 2022, en el que se ha expuesto la crítica feminista a los paradigmas androcéntricos hegemónicos de varias ciencias sociales. 

Carmen Sarasúa es experta en Historia Económica y una de las pioneras en España en la realización de estudios sobre la desigualdad salarial y ocupacional que afecta a las mujeres, desde el siglo XVIII hasta nuestros días. En su extensa carrera investigadora destacan sus estudios centrados en las mujeres como trabajadoras, su participación en sindicatos y sus condiciones laborales durante la dictadura franquista, y también sobre la modernización económica de España y cómo transformó la estructura ocupacional, es decir, la segregación de hombres y mujeres en diferentes tipos de empleo. 

La desigualdad económica entre hombres y mujeres es multifacética

A pesar de los grandes avances de las últimas décadas, la desigualdad entre hombres y mujeres sigue existiendo y está adoptando nuevas formas. Esta desigualdad económica es multifacética: las mujeres tenemos menor tasa de actividad, mayor desempleo, menores sueldos, pensiones mucho más bajas, más dependencia de subsidios públicos, menos activos, sobre todo financieros, y conseguimos menos créditos cuando los pedimos, aunque la morosidad de las mujeres es menor. Todo ello redunda en un nivel de vida peor. 

La mayor pobreza de las mujeres se ve agravada por dos factores demográficos. Por un lado, las mujeres tienen una mayor esperanza de vida: en España la esperanza de vida de las mujeres es de casi 86 años y la de los hombres apenas supera los 80 años. Esto significa que la pobreza de las mujeres mayores va a ir teniendo cada vez más importancia, pero a pesar de ser un grupo estadísticamente grande, las mujeres mayores tienen muy poca voz política. El segundo factor demográfico es la maternidad, que penaliza mucho a las mujeres a nivel laboral. El 80% de los hogares encabezados por un solo adulto (que son el 10% de los hogares en España y la cifra va creciendo) son mujeres solas con sus hijos. Estos hogares están en un elevado riesgo de pobreza

La economía feminista: una herramienta para analizar la desigualdad de género

En las últimas décadas, la economía feminista se ha consolidado como un instrumento indispensable para analizar la situación de las mujeres en el entorno económico. Con la Ley de Igualdad de 2007 se hizo obligatorio recoger la variable sexo en las estadísticas y encuestas, favoreciendo el estudio sistemático de la desigualdad entre hombres y mujeres. La economía feminista ha transformado los instrumentos del análisis, situando a la familia como unidad de análisis económico, más allá de la empresa y del mercado, y ha contribuído a diseñar políticas económicas para reducir la desigualdad. 

Una gran parte de la desigualdad económica entre hombres y mujeres se origina en el mercado de trabajo. Las mujeres han estado históricamente relegadas del empleo formal, lo que ha supuesto una dependencia económica de los hombres y mayor riesgo de pobreza, la exclusión del espacio público, la falta de voz política y social (muy vinculada al empleo), la falta de reconocimiento económico (ya que si no se remunera parece que lo que hacemos no vale para nada) y la carga en exclusiva del trabajo doméstico y de cuidados.

Carmen afirma que pensar que la igualdad económica entre hombres y mujeres ya existe y está garantizada de cara al futuro es un mito. A lo largo de la charla irá desmontando varios mitos preconcebidos sobre la desigualdad laboral entre hombres y mujeres.

Mito 1: La alta tasa de actividad femenina es un fenómeno reciente 

Las mujeres han estado siempre en el empleo. Sin embargo, hasta que no se empiezan a desarrollar encuestas de población activa, en la segunda mitad del siglo XX, los trabajos de las mujeres aparecen en las estadísticas como “labores de amas de casa”. Pero en realidad muchas de ellas eran económicamente activas, tenían ingresos y trabajaban fuera de casa. Sin embargo, la participación femenina en el mercado laboral ha ido fluctuando a lo largo de la historia y en función de las necesidades del modelo productivo. Descendió a principios del siglo XX, coincidiendo con un aumento en los salarios masculinos y la emergencia de la figura del breadwinner (el que gana el pan). Los sindicatos defendieron durante mucho tiempo que los salarios de los hombres debían ser suficientes para sostener a todos los miembros de su familia y evitar así que sus esposas trabajaran fuera del hogar. 

En los países occidentales se produjo un crecimiento muy fuerte de la participación laboral femenina después de la Segunda Guerra Mundial, pasando de una media del 25-30% a más del 50% actual. Pero este crecimiento se ha interrumpido en las últimas dos décadas, coincidiendo con un estancamiento y caída de la tasa de actividad masculina. Sin embargo, las causas son radicalmente diferentes. La tasa de actividad masculina se está reduciendo por razones demográficas: los hombres jóvenes retrasan su entrada en el mercado laboral por un aumento de los años de formación, y la generalización y suficiencia de las pensiones ha permitido a los hombres mayores jubilarse antes. Ambos son factores positivos. En cambio, en el caso de las mujeres, hay otros factores.

Mito 2: La feminización del empleo ha mostrado un progreso sostenido y constante

A lo largo de la historia, las mujeres han sufrido múltiples retrocesos en su situación laboral, algunos impuestos directamente por medios legales, como la prohibición de trabajar o de estudiar, y otros causados por factores institucionales indirectos, como la escasa provisión de servicios públicos como guarderías y escuelas para los hijos. 

Los períodos de posguerra y de crisis económica también han afectado negativamente la situación laboral de las mujeres. Las guerras mundiales supusieron un enorme incentivo para que las mujeres se incorporaran al mercado laboral, para sustituir el empleo de los hombres que estaban en el frente y sostener la economía de guerra. Cuando acaba la guerra, las mujeres son obligadas a dejar sus trabajos, incluso legalmente, y para reforzarlo, a nivel cultural vuelven con fuerza los estereotipos sobre las menores capacidades de las mujeres para trabajar.

Aunque se tiende a interpretar la idea de que el lugar natural de las mujeres es el hogar como algo propio de la derecha, estudios como «Back to home and duty. Women between the wars, 1918-1939» de Deirdre Beddoe (1989) o «Travail fémenin: retour à l’ordre!» de Céline Schoeni (2012) demuestran que todos los gobiernos europeos de todos los colores políticos sostuvieron esta idea en los años 20 y 30 del siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial. En respuesta a la Gran Depresión se implementaron políticas keynesianas con medidas de estímulo económico como la creación masiva de empleo público. Estas medidas excluyeron a las mujeres, incluso con prohibiciones explícitas como la expulsión de las mujeres casadas del sector público, en connivencia con los sindicatos.

Mito 3: Una mayor tasa de actividad supone automáticamente el empoderamiento y la independencia económica de las mujeres

Un empleo es una condición necesaria pero no suficiente. Tener un empleo no exime a las mujeres de la carga del trabajo no pagado, doméstico y de cuidados, que supone de facto una doble carga. Que las mujeres tengan un empleo no implica automáticamente que las tareas domésticas se repartan de manera equitativa. Aunque las estadísticas muestran un aumento en la participación de los hombres en el trabajo doméstico y de cuidados en los últimos años, sigue siendo muy desigual en comparación con las mujeres. Las mujeres a menudo tienen que interrumpir sus carreras o aceptar trabajos a tiempo parcial y peor remunerados para cuidar, lo que las hace más dependientes y disminuye su futura pensión. La penalización de la maternidad es uno de los factores más importantes que explica la desigualdad de las mujeres en el empleo. La Plataforma por los Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PPIINA) hace años que lucha por alargarlos e igualarlos para reducir esta brecha.

Además, las mujeres siguen estando segregadas en sectores y empleos «feminizados», peor pagados y con peores condiciones laborales (segregación horizontal). También enfrentan dinámicas como los techos de cristal y el suelo pegajoso, lo que interrumpe sus carreras (segregación vertical). Incluso con un empleo, las mujeres a menudo enfrentan barreras para acceder a su propio salario en muchas partes del mundo. Históricamente los ingresos de las mujeres estaban bajo el control de sus maridos.

Mito 4: la brecha salarial es el resultado de las decisiones erróneas de las mujeres

La teoría económica neoclásica postula que la situación de los agentes económicos es el resultado de sus decisiones (como qué estudiar, cuánto tiempo dedicar al trabajo o a la familia, dónde vivir, etc.) teniendo en cuenta sus preferencias y restricciones. Según esta perspectiva, la brecha salarial se debe a la menor productividad de las mujeres, que se forman en áreas con menor demanda, prefieren trabajos peor remunerados y no compiten por puestos de mayor responsabilidad en las empresas. Pero la economía feminista explica que nuestras decisiones también reflejan el peso de las normas sociales, la discriminación o la capacidad de negociación. Las decisiones de los empleadores (no sólo de las trabajadoras) también influyen. Sino no se explicaría que teniendo la misma cualificación las mujeres sigan cobrando menos. 

Como demuestra Claudia Goldin (2021) en su reciente libro “Career & Family: women’s century long journey towards equality”, la brecha salarial se produce después de varios años en el mercado laboral debido a los complementos como la antigüedad, las horas extra, el trabajo nocturno y la peligrosidad, de los que las mujeres quedan excluidas a causa de las interrupciones en su carrera y el trabajo a tiempo parcial por la maternidad y los cuidados. Las demandas crecientes de disponibilidad sin horarios de las empresas hacen imposible compatibilizar el trabajo y la vida familiar, expulsando a muchas mujeres del mercado laboral. Además, la desigualdad en el interior de los hogares en términos de la gestión del tiempo, del ingreso y del gasto también influye. Las familias no son unidades igualitarias y cooperativas, como explicaron Christine Delphi y Diane Leonard (1992) en «Familiar Exploitation: a new analysis of marriage in contemporary western societies».

¿La desigualdad económica entre mujeres y hombres ya no existe?

En los últimos años la desigualdad económica entre hombres y mujeres ha perdido protagonismo en los medios de comunicación y ha sido sustituida por otras agendas, como la referida a la identidad sexual. Carmen sostiene que el nuevo discurso posmoderno de un supuesto feminismo nos desarma frente a la desigualdad económica, porque está impidiendo observarla, analizarla y combatirla. 

Por otro lado, ciertos intentos de impugnar el orden de valores androcéntrico caen en la esencialización y la legitimación de la división sexual del trabajo. Mientras el trabajo doméstico y de cuidados tiene un gran valor social, los efectos sobre la trabajadora son completamente diferentes al del trabajo formal, ya que la sitúan en la dependencia económica. Una cosa es reconocer científicamente el valor económico del trabajo no pagado, doméstico y de cuidados, y otra idealizarlo y confundir el análisis científico con una reivindicación política. 

Carmen finaliza su exposición señalando que mientras que el capitalismo sigue dominando la narración sobre la pobreza y la desigualdad, no debemos olvidar que el patriarcado también tiene bases materiales. La opresión de las mujeres tiene raíces económicas. Por eso, para las mujeres es fundamental defender nuestros empleos y nuestros salarios. El empleo proporciona un ingreso independiente que mejora el nivel de vida, no solo de las mujeres sinó también de los menores dependientes, aumenta nuestra voz social y nuestra autoestima, y estimula nuestra participación en otros ámbitos sociales como la política.

Escrito por Lídia Brun

Podéis ver el webinar completo aquí: