Con motivo del 8 de marzo, desde Feministes de Catalunya presentamos un manifiesto que incidía en la situación de opresión estructural y denunciaba las múltiples formas de explotación que recaen sobre las mujeres por el mero hecho de serlo, bajo la contundente etiqueta #HastaElCoñoDeSerExplotadas.
Por ello, el sábado 13 de marzo de 2021 organizamos una mesa redonda para seguir alzando la voz contra la explotación laboral, sexual, reproductiva y de los cuidados que padecemos las mujeres. Nos acompañaron la realizadora audiovisual Lula Gómez, la escritora Carmen Domingo, la sindicalista Cristina Broto y la antropóloga Gaby Poblet. El debate fue moderado por la jurista Elisa Martínez.
En el bloque sobre explotación sexual, Lula Gómez planteó grandes cuestiones que deben ser recordadas, ya que los nuevos discursos patriarcales nos quieren hacer retroceder en esta conceptualización y teorización feminista realizada, bajo un bombardeo continuo de ideas del tramposo mito de la libertad de elección. ¿Es que acaso es innato que las mujeres estemos destinadas a que los hombres nos consuman? ¿Es que tenemos una vocación de complacencia? Esto es patriarcado, el control de nuestros cuerpos sexuados y de nuestra capacidad reproductiva. Las mujeres han sido históricamente condenadas al ámbito privado, como propiedad de los hombres. Ser mujer es pertenecer a la clase sexual oprimida. Y, en este sentido, la prostitución es un sistema violento que se muestra como la disposición de mujeres públicas que pertenecen a todos y le permite al hombre mantener el poder sobre todas las mujeres. No solamente sobre las prostituidas, porque este sistema nos recuerda que somos consideradas inferiores, que en cualquier momento pueden someternos. No va a desaparecer el patriarcado si la institución de la prostitución sigue en pie y este es, sin dudarlo, un problema que atañe a todas las mujeres del mundo.
En el bloque sobre explotación reproductiva, Carmen Domingo aportó argumentos de peso contra la grave agresión contra las mujeres y sus cuerpos que suponen los vientres de alquiler. Para empezar, hay que evitar usar eufemismos, como “maternidad subrogada”, que solo pretenden blanquear esta práctica. Las mujeres no parimos «algo», parimos a «alguien», a una persona, y no se puede vender. El deseo de tener hijos es completamente legítimo, pero no se puede convertir en un derecho a costa de la explotación de terceras personas. Muchos de estos deseos están asociados a la sociedad neoliberal, que promueve la creación constante de nuevas necesidades y que todo lo que deseas puedas comprarlo. En este sentido, en los vientres de alquiler se mezcla la construcción capitalista del deseo como necesidad de consumo y el comercio con un deseo de tener descendencia con nuestra propia herencia genética. La cosificación de las mujeres se produce en los países pobres en una doble dirección: por parte de la industria de la explotación reproductiva y por parte de sus propias familias, como vía para mejorar su situación económica. ¿Derecho a decidir? Las mujeres pobres no lo tienen porque tienen necesidad de sobrevivir.
En el bloque sobre explotación laboral, Cristina Broto recordó que cualquier movimiento social, y el feminismo lo conoce bien, sabe que lo invisible hay que hacerlo visible y que se debe transformar lo individual en colectivo. El sujeto de explotación es la clase trabajadora, aquellas personas que necesitamos de nuestra fuerza laboral para subsistir. Y cuando lo necesitamos para vivir, opera el miedo, el cual nos sitúa en un estado de gran vulnerabilidad. El sector de servicios a las personas está conformado por un 90% de mujeres. Al ser intensivo en mano de obra, para conseguir más beneficio se vulneran derechos laborales, con contratos de temporalidad, parcialidad, cambios constantes de empresas, compaginación de varios contratos, etc. Además, el patriarcado hace creer que las mujeres tenemos una capacidad innata de cuidar, limpiar o cocinar, por lo que son sectores de baja valoración. En definitiva, estamos en una rueda de feminización de los trabajos infravalorados, aunque sean necesarios para la vida, de gestión de servicios públicos que cada vez está más externalizada y mercantilizada, y de un mercado de servicios que para extraer beneficios necesita explotar cada vez más.
En el bloque sobre explotación de los cuidados, Gaby Poblet aclaró que en el servicio doméstico y de cuidados se produce una explotación a nivel material, porque la inspección de trabajo aún no ha llegado, y a nivel simbólico, porque está a medio camino entre lo laboral y lo doméstico. ¿A quién se explota actualmente? En el contexto de globalización y en las sociedades mediterráneas, a mujeres migrantes. Hay países que han potenciado esta exportación de mujeres, como Filipinas, como mecanismo para traer remesas a sus países. En España, el 80% son latinoamericanas, pero también del Este de Europa y marroquíes; son las que no tienen otras oportunidades. Cuando son hombres, no se les llama cuidadores, sino enfermeros o asistentes y no se les pide “servicios extra de cariño”. El acoso sexual a las cuidadoras es endémico y está naturalizado. Si hay una necesidad de cuidados y hay un déficit de políticas públicas para cubrirla, hay que decir claro que las mujeres migrantes están reemplazando al Estado. Es un sector precario porque está feminizado y es un sector feminizado porque está precarizado. Hay una apropiación y anulación total de la mujer. Hace falta un pacto social de cuidados.
Las mujeres estamos hartas de ver cómo la igualdad no es nunca efectiva más allá del papel y hasta los derechos que han costado tanto consolidar están en riesgo de retroceso con los recientes intentos de deshumanizarnos.
Escrito por Ares Cases.
Podéis ver la sesión completa aquí: