Con motivo del 23 de septiembre, Día internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de mujeres, niñas y niños para nutrir esta actividad criminal, queremos denunciar que la prostitución es una de las peores formas de violencia sexual y exigir que se ponga fin a la mercantilización y deshumanización de las mujeres para consumo de los hombres. Al mismo tiempo, nos parece fundamental exponer la conexión entre la ideología queer, que está alterando todo el ordenamiento jurídico que debería proteger los derechos de las mujeres, y la explotación sexual, con un discurso claramente antifeminista que está logrando calar, con la ayuda de todos los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y amplios sectores del govern de la Generalitat y el gobierno del Estado.
Como dijo la antropóloga Françoise Héritier, decir que las mujeres tienen derecho a venderse es querer ocultar la idea -inaceptable- de que los hombres tienen derecho a comprarlas. La lucha contra la subordinación sexual de las mujeres, y la prostitución en primer lugar, forma parte de las reivindicaciones más antiguas de la agenda feminista, pero sólo algunos países, como Suecia, han logrado aprobar una ley abolicionista. La alianza entre el capitalismo y el patriarcado multiplicó exponencialmente el negocio de la explotación sexual, y la globalización disparó la trata de mujeres y niñas, que ahora es una de las tres actividades criminales más lucrativas del mundo, junto al comercio de armas y el tráfico de drogas. España, con Cataluña a la cabeza, es el primer destino europeo de turismo sexual, con macroburdeles en todo el territorio y miles de burdeles, camuflados o no, en todas las ciudades, pueblos, carreteras y descampados. Cerca de nuestras casas hay mujeres esclavizadas, engañadas con deudas, apalizadas y drogadas para someterlas y aguantar a hombres que no las consideran seres humanos como ellos. Os invitamos a leer cómo hablan los puteros de nosotras.
El gobierno dice que actuará contra la trata, pero sin demanda de mujeres para prostitución no hay trata, y es ahí donde debe incidirse mediante leyes y políticas para transformar la cultura patriarcal que normaliza socialmente entre los hombres el consumo de mujeres. Es más, sabemos que ha crecido de forma exponencial entre los chicos el consumo de pornografía, que erotiza la violencia sexual, desde edades tan tempranas como los 8 años, con un impacto directo en la pornificación de las relaciones sexuales entre jóvenes, aumentando el sometimiento de las chicas. Baste recordar los informes de los servicios ginecológicos de urgencias de los hospitales en Cataluña, que han visto aumentar las visitas de mujeres jóvenes por lesiones parecidas a las que sufren las mujeres prostituidas y las “actrices del porno” (véase el informe CEDAW sobre Cataluña). También se pretende exculpar la violencia sexual de la prostitución con el pretexto del consentimiento de las mujeres, pero es obvio que el consentimiento está condicionado por las relaciones de poder, la violencia misma, y por la inmensa y creciente precarización de las mujeres.
Así, nos encontramos con que la ideología queer resignifica la prostitución como «trabajo sexual» libremente elegido y justifica el regulacionismo con el falso discurso «pro-derechos de las putas», que en realidad da derechos a los proxenetas, camuflando y desplazando el delito hacia la trata, por ser «no elegida». La falsa “libre elección”, el dogma neoliberal básico. Además, la ideología queer presenta la pornografía como una opción liberadora cuyas prácticas, cada vez más violentas, se exigen a las mujeres prostituidas, mientras se introducen entre los jóvenes por la via de supuestos materiales escolares de educación afectivo-sexual. Quienes defienden estas posiciones acusan de mojigatas a las feministas y presentan el abolicionismo de la prostitución como si formara parte de la moral puritana en lugar de lo que es, una reivindicación clave de la emancipación de las mujeres. No hay transgresión ni progreso alguno en la erotización de la violencia sexual. Lo que sí hay es reclutamiento para la prostitución, que empieza con plataformas online que captan a las chicas con supuestas oportunidades de dinero fácil vendiendo su cuerpo.
Esta conexión entre la ideología queer y el retroceso en los derechos de las mujeres ya se ha constatado en Cataluña, porque la reforma de la ley catalana contra la violencia machista aprobada en diciembre de 2020 no solo dejó fuera la prostitución como violencia sexual contra las mujeres, sino que transformó el sujeto de la ley. Ahora cualquier hombre autodeclarado mujer puede ocupar los espacios seguros y los recursos destinados a la protección de las víctimas de la violencia machista, que solo son las mujeres y por el hecho de serlo.
El estado que se inhibe ante la explotación sexual de las mujeres no las considera ciudadanas y se convierte en cómplice: es un Estado Prostitucional. Hace más de un año que la Plataforma por la Abolición de la Prostitucion (PAP-OOMM), compuesta por decenas de organizaciones de mujeres de todo el Estado presentó al Ministerio de Igualdad una propuesta de Ley Orgánica para la Abolición del Sistema Prostitucional sin que se haya tenido noticias de avance alguno hasta la fecha.
Esta situación es insostenible y por todo ello, reclamamos una ley abolicionista de la prostitución que incida sobre la demanda: que persiga al proxeneta, multe al putero y proteja a las mujeres. Necesitamos urgentemente una ley que substituya la aceptación social de la mercantilización de las mujeres para la explotación sexual y la erotización de la violencia sexual a través de la pornografía por una sexualidad libre y deseada. Una ley que tipifique, de una vez por todas, la prostitución como violencia sexual.