Estamos en un contexto de globalización y hegemonía neoliberal donde las narrativas que hace medio siglo daban sentido al mundo y a la posición de cada persona en él desde las relaciones sociales de producción y de reproducción parece que han sido sustituidas por adscripciones identitarias. El análisis de la opresión que sufrimos las mujeres ha dejado de basarse en la función social del patriarcado para organizar una realidad material, que es nuestra capacidad reproductiva, y se pretende reinterpretar el género, es decir, la construcción cultural de la diferencia entre hombres y mujeres, en una suerte de ideal innato y aspiracional. La política basada en la identidad es profundamente individualista y gregaria, y no sólo desarticula luchas colectivas por la igualdad, la justicia y los derechos, sino que se presta fácilmente a la explotación del mercado para convertir la identidad en deseo y, por lo tanto, en motor de consumo.
El concepto feminista de derecho al propio cuerpo ha sido resignificado como derecho a comprarlo, consumirlo o venderlo, sin poner límites a la voluntad individual y sin atender al hecho de que las decisiones e intercambios están condicionados por una desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Y todo vendido como empoderamiento bajo una peculiar idea de libertad, restringida a una lógica individualista y mercantil, de consumo y comercialización incluso del cuerpo humano, de partes de él o de sus funciones fisiológicas. Esta transformación ha tenido impacto a muchos niveles, también en las luchas políticas, entre ellas la feminista.
En la mesa redonda de cierre del Ciclo de Formación y Debate de otoño 2020 reflexionamos sobre estos nuevos discursos acerca de la identidad, los derechos y la libertad, que se han convertido en caballos de batalla de la reacción contra el feminismo y contra su horizonte de igualdad plena y efectiva entre hombres y mujeres, libre de cualquier violencia, que es una aspiración colectiva. La charla estuvo estructurada en torno a los tres bloques conceptuales y contamos con tres ponentes que conocen bien esos términos y sus tergiversaciones. Nuestras invitadas de lujo fueron la historiadora y doctora en antropología Marina Pibernat, la filósofa e investigadora Ana Pollán, y la jurista y divulgadora feminista Paula Fraga. Les pedimos a las tres que nos ayudaran a desenmascarar estos falsos horizontes emancipadores basados en idealismos posmodernos que ocultan una realidad material desigual y las relaciones sociales de dominación que la acompañan. El debate fue moderado por la economista Lídia Brun.
En el primer bloque, Marina Pibernat explicó que la identidad es algo profundamente social y se produce siempre en la interacción de una trama de relaciones sociales. Dado que se construye en oposición, al definir un “nosotros” y unos “otros”, la identidad tiene que ver con los demás antes que con nosotros mismos. Sin embargo, ahora se interpreta como innata e inmutable, casi como la esencia de uno mismo. El género es construido socialmente, es un conjunto de roles y estereotipos que no son universalmente idénticos a través de la historia y las culturas, pero siempre actúa como herramienta del patriarcado para que según nuestro sexo ocupemos un lugar determinado en la sociedad. Ana Pollán afirmó que el género como etiqueta que se elige es absurdo, porque es una categoría global y construida en un sistema de dominación. Dar validez a la experiencia interna y subjetiva al margen de lo material, en términos posmodernos o neoliberales, es la exaltación absoluta del yo y de la libertad individual por encima de cualquier otro valor u horizonte ético.
En el segundo bloque, Paula Fraga reivindicó basar los derechos en lo material (el sexo) y no en lo metafísico o idealista (identidad de género). Elevar el género a categoría jurídica como manifestación de la personalidad va en contra de lo que hacía hasta ahora la teoría jurídica plasmando en la legislación la teoría feminista que define el género como roles y estereotipos sexistas. El derecho tiene que proteger ante las desigualdades para erradicarlas. Los derechos basados en el sexo no son otra cosa que el reconocimiento jurídico de la realidad desigual de las mujeres. La tergiversación de conceptos y lenguaje responde a las necesidades de los sistemas de opresión de legitimarse. Los discursos posmodernos neoliberales hablan de libre elección, trabajo sexual, etc., pero no se puede hablar de libre elección en un sistema atravesado por múltiples dominaciones. Marina Pibernat explicó que, en el contexto actual de atomización social, muchos lazos que articulaban nuestras relaciones sociales se han reducido o disuelto. El mercado suple su ausencia reforzando la idea de una individualidad única y narcisista que deje atrás la colectividad. Sin embargo, mientras que las relaciones sociales siempre se producen en un contexto específico en el que hay una negociación entre las personas que se relacionan, en el mercado el cliente siempre tiene la razón.
En el último bloque, Ana Pollán argumentó que sin libertades individuales no hay democracia y no es posible un proyecto vital autónomo, pero siempre tienen que ser compatibles con los derechos y libertades colectivos. El acceso sexual a otra persona o tener un hijo pueden ser deseos muy intensos, pero ni son derechos ni algo que se deba poder comprar. Las tres industrias de violencia y explotación de las mujeres, la prostitución, los vientres de alquiler y la pornografía, no pueden defenderse bajo la consigna de la libertad individual. La libertad sin igualdad y sin compromiso ético y político colectivo es abuso. Paula Fraga habló de la diferencia entre la igualdad formal y la igualdad material. En los patriarcados de coerción la discriminación está establecida en el ordenamiento jurídico. En los patriarcados de consentimiento hay igualdad formal pero desigualdad efectiva. La plasmación legislativa de la igualdad es necesaria, pero para que los derechos sean efectivos tenemos que caminar hacia la igualdad material. El derecho es una técnica de organización de conductas humanas que no puede ignorar que las conductas están influenciadas por la sociedad de la época. Integrar la perspectiva feminista en la Justicia implica el reconocimiento del sistema de dominación del sexo masculino sobre el femenino, de las relaciones de poder construidas social y culturalmente que reproducen la desigualdad. Mezclar la identidad, que es la construcción artificial de la diferencia respecto al otro, con el derecho como una herramienta de protección contra la desigualdad, no solo valida diferencias artificiales entre personas sino que se corre el riesgo de asumir que son las identidades, subjetivas y construidas, la fuente de la desigualdad.
El feminismo está amenazado por una tentativa de desarticulación teórica y de despolitización. Mercantilizar y diluir el sujeto mujer es un falso horizonte emancipador basado en idealismos posmodernos que ocultan la realidad material desigual y las relaciones sociales que la acompañan. Combatir el género es combatir el patriarcado. Pero además de esta agenda sobrevenida, quedan pendientes los retos de la tercera ola sobre la violencia sexual, sin olvidar que el feminismo es un movimiento con vocación internacionalista y que hay mujeres en otros países que aún no tienen garantizados los derechos y libertades más básicos. El feminismo es ahora el único movimiento social capaz de impugnar la lógica del capitalismo neoliberal. Es necesario un feminismo radical, que vaya a la raíz de los problemas, que apunte a la conjunción entre patriarcado, mercantilización e individualismo, desenmascarando sus nuevos métodos de explotación de las mujeres y sus justificaciones ideológicas para erradicarla.
Escrito por Lídia Brun.
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