En julio de 2021, desde Feministes de Catalunya organizamos un #WebinarFeminista con nuestras compañeras Silvia Carrasco y Marina Pibernat, ambas antropólogas. Silvia es profesora titular de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona, donde también dirige un grupo de investigación centrado en las desigualdades educativas, con énfasis en los fenómenos migratorios. Desde hace unos años, investiga la penetración del neoliberalismo cultural en el sistema educativo, que pretende suplantar la lucha contra la desigualdad estructural entre niños y niñas por la promoción de identidades fragmentarias que se sustentan en la disociación con el cuerpo y la medicalización de la infancia, y que nos relató en este webinar. Marina es historiadora y antropóloga, doctora por la Universidad de La Coruña. Su tesis doctoral se centró en la transformación de los procesos de socialización de género en la adolescencia a través de las redes sociales, que nos relató en este otro webinar.
El objetivo de Silvia Carrasco y Marina Pibernat en el presente webinar fue derribar mitos y tópicos acerca del patriarcado, pero también acerca de algunos conceptos antropológicos que a menudo son entendidos erróneamente, o directamente tergiversados por ideologías posmodernas e intereses espurios. Las ponentes han defendido que las aportaciones de la Antropología a la Teoría Feminista han sido cruciales. A través del estudio empírico y de la comparación de las culturas humanas, la Antropología aporta un conocimiento único sobre las formas en las que se organiza y opera el patriarcado en las diferentes sociedades, desenmascarando, así, su artificialidad y arbitrariedad.
Breve introducción a la Antropología
El webinar arrancó con una explicación por parte de Silvia Carrasco de algunos conceptos de la Antropología, y de su objetivo y metodología científica. Un recorrido conceptual básico por la disciplina antropológica empieza por los conceptos de holismo y comparación. El holismo se refiere a la comprensión de cada cultura como un todo interrelacionado en un contexto sociohistórico concreto. Todas las culturas organizan la sexualidad y la reproducción, la economía, la política y los sistemas de creencias. Todas las culturas son respuestas de la Humanidad a su entorno: formas de vivir, pensar y sentir organizadas y, naturalmente, cambiantes. La comparación transcultural es la herramienta que permite conocer y comprender las diferencias y las semejanzas entre los procesos y los productos de la adaptación y el aprendizaje que son las culturas.
La tesis central de la Antropología desde sus inicios en el siglo XIX es que la Humanidad comparte una unidad psíquica, es decir, que los seres humanos somos iguales y por lo tanto comparables, una paradoja aparente ante la experiencia cotidiana de nuestra diversidad fenotípica, cultural y social. Así, la Antropología ha estudiado cómo diferentes sociedades humanas han enfrentado problemas comunes creando respuestas similares o bien radicalmente diferentes. El rasgo más universal de todas las culturas es que organizan la transmisión y adquisición cultural de tal forma que sus normas, prácticas y visión del mundo se consideran naturales por parte de sus componentes. Tal es la fuerza del proceso de enculturación, otro concepto básico.
La tergiversación de conceptos antropológicos
Algunos conceptos clave de la Antropología han sido usados de forma espuria, como el de relativismo cultural. El relativismo cultural sostiene que es posible comprender el sentido y la lógica de cada cultura en su complejidad y en el contexto de sus condicionantes objetivos, como producto singular de una presión eco-tecno-demográfica. De esta manera, el relativismo cultural permite superar el etnocentrismo desde el que se juzga que toda cultura ajena es irracional e inferior. Sin embargo, la comprensión de la diversidad cultural ni justifica ni legitima normas, prácticas y valores de las sociedades estudiadas. Por ejemplo, alegar que “es su cultura” para justificar inhibirse ante la conculcación de derechos de niñas y mujeres en favor de los hombres de sus mismos entornos no es relativismo cultural. El relativismo cultural no implica pasar por alto las desigualdades, ni puede confundirse en ningún caso con el relativismo moral.
Otro concepto objeto de tergiversación es el de androcentrismo. El androcentrismo es el sesgo por el cual el varón es la medida del ser humano, y que impregna aún a muchas disciplinas científicas. Algunas posiciones feministas reproducen ese mismo sesgo, a la inversa, al definir a la mujer de forma esencialista en oposición a cómo se define al hombre, y al suponer la existencia de una “visión femenina” que sería mejor, sin más. Celia Amorós comparó esta esencialización a la autodefensa reactiva de los grupos subordinados, que se atribuyen a sí mismos una supuesta superioridad moral. Por ejemplo, se sostiene a menudo que si las mujeres gobernaran el mundo este sería un lugar mejor, obviando las evidencias de cómo ejercen y han ejercido las mujeres el poder según su ideología y no su experiencia de subordinación como mujeres que, por otra parte, tienden a negar.
Finalmente, es imprescindible mencionar el concepto de interseccionalidad, uno de los más manipulados políticamente, y algunas de cuyas definiciones políticas actuales constituyen una burla del sentido original que le dio Kimberlé Crenshaw, la abogada que lo acuñó. La interseccionalidad no es una simple contabilidad que suma opresiones y discriminaciones, por un lado, o privilegios y ventajas, por el otro, y que define la posición de cada individuo de forma universal. Se trata, en realidad, de una compleja dialéctica entre opresiones estructurales y discriminaciones específicas que tienen sentido en contextos socio-históricos concretos. Por ejemplo, el racismo, que es una opresión universal, no siempre se construye sobre fenotipos o sobre los mismos fenotipos en las diferentes culturas, y el mismo color de piel puede tener jerarquizaciones diferentes en función del contexto y de la cultura.
Tres aportaciones clave de la Antropología al Feminismo
Para ilustrar las aportaciones de la Antropología al Feminismo, basadas en la investigación etnográfica y la comparación transcultural, Silvia Carrasco presentó tres ejemplos que repasamos a continuación.
En primer lugar, el trabajo de Margaret Mead, iniciado en los años 20 del siglo XX. Mead se preguntó si la forma de ser hombre o mujer era esencial o procedía de la forma en que unas y otros eran socializados, en la línea de las primeras feministas ilustradas, y como más tarde se preguntaría Simone de Beauvoir. Tras comparar tres sociedades, Mead demostró que en realidad no hay comportamientos esenciales que puedan atribuirse a los hombres o las mujeres y que su jerarquización es igualmente arbitraria. Estos comportamientos y jerarquías que conforman lo que hoy llamamos sistemas de sexo-género son una construcción cultural inventada sobre el dimorfismo sexual. De esta manera, Mead aportó las evidencias para sustentar esa idea fundamental de la teoría feminista con datos empíricos.
En segundo lugar, la aportación de Sally Linton y Frances Dahlberg en los años 60, en la obra Woman, the gatherer (Mujer, la recolectora). Se trata de una respuesta a Man, the hunter (Hombre, el cazador), en el que antropólogos varones se dedicaron a estudiar lo que hacían otros hombres del mundo, otorgando a las mujeres un rol accesorio. Esos antropólogos convivieron con esos grupos sin reparar en que el 98% de su dieta procedía de la recolección realizada por las mujeres. Woman, the gatherer puso a las mujeres en el centro de la investigación. Linton, Dahlberg y otras antropólogas demostraron que la caza o las actividades consideradas masculinas en cualquier sociedad tienen prestigio porque las practican los hombres, no por la importancia objetiva de su contribución a la subsistencia. Además, gracias a esta obra sabemos que las mujeres, si se da la oportunidad, cazan mientras recolectan. También sabemos que mucho antes de que se adoptara la agricultura como forma principal de producción de la alimentación, las sociedades cazadoras- recolectoras, especialmente las mujeres, conocían el ciclo reproductivo de las plantas, y ayudaban a su regeneración. Así, la organización de la recolección y la caza y en general, la división sexual del trabajo, era mucho más compleja de lo que se creía.
La tercera aportación crucial a destacar es la de la antropóloga Françoise Héritier sobre la violencia masculina, descartando su asociación supuestamente natural con la identidad masculina y la testosterona. Como señaló Héritier en sus estudios entre los años 80 del siglo XX y primera década del siglo XXI, la violencia masculina no solo no es natural, sino que es un “exceso de cultura”: es necesario socializar intensivamente a los chicos para que aprendan a ejercerla y a considerar que hacerlo da sentido a su masculinidad. Esta violencia es el instrumento clave de la subordinación de las mujeres, y su esencialización como algo propio de los hombres es un mito vigente que contribuye a perpetuarla. Sin embargo, como nos dice Héritier, si niños y hombres son socializados de otra forma, esta violencia puede ser erradicada. Héritier también invirtió preguntas para desmontar sus planteamientos androcéntricos. Por ejemplo, sobre prostitución: “Preguntarse si las mujeres tienen derecho a venderse esconde la pregunta de si los hombres tienen derecho a comprarlas”.
El mito del matriarcado
A continuación, Marina Pibernat se centró en dos mitos antropológicos relacionados con las mujeres y el feminismo y expuso argumentos y evidencias para refutarlos. El primero es el mito del matriarcado, un mito reproducido desde la Antigua Grecia y la invención de las amazonas, hasta la cultura pop del siglo XX y los personajes de Wonder Woman o Xena, la princesa guerrera.
La idea de la supuesta existencia de sociedades en las que las mujeres ejercían el poder, también sobre los hombres, ya estaba presente entre los antropólogos evolucionistas del siglo XIX, como Johann Bachofen, John McLennan o Lewis Morgan. La lógica evolucionista, ahora desmentida, teorizaba que las distintas sociedades humanas representaban distintos estadios de desarrollo, del “salvaje” o “primitivo” al “civilizado” (lamentablemente, estas tesis continúan circulando, alimentando el racismo). Estos antropólogos observaron que algunas sociedades supuestamente primitivas eran matrilineales, es decir, que era la madre la que transmitía la condición de miembro del grupo de parentesco a sus hijos e hijas. Dada esta matrilinealidad, los investigadores asumieron que las mujeres ostentaban el poder, o que se trataba de vestigios de un supuesto matriarcado.
Por un lado, la especulación sobre la existencia del matriarcado sirvió para plantear la relación de las mujeres con el poder. Pero por otro lado, también sirvió como mito para legitimar el patriarcado, ya que lo presentaba como la evolución lógica tras el fracaso de un supuesto poder femenino primitivo. Sin embargo, la investigación de las antropólogas feministas reveló incontestablemente la inexistencia de pruebas de que haya existido una sociedad en algún periodo de la Historia en la que las mujeres hayan ostentado el poder absoluto, donde los hombres hayan sido subordinados a las mujeres o considerados de su propiedad. A pesar de esto, a día de hoy siguen abundando las confusiones entre matrilinealidad y matriarcado, y se publican de forma periódica hallazgos sobre sociedades en las cuales las mujeres realizan todo el trabajo… ¡y se califican de matriarcales!
El mito sobre el origen del patriarcado
El segundo mito que abordó Marina Pibernat fue el del origen de la subordinación de las mujeres. Ancient Society (1877), del antropólogo evolucionista Morgan, mencionado más arriba, fue la obra sobre la que se basó Engels para escribir El origen de la familia, la sociedad privada y el estado (1884). En su obra, Engels defendía que ni la subordinación del proletariado ni la de las mujeres eran hechos naturales, sino que se habían construido históricamente y que, por lo tanto, podían transformarse. Así, ofrecieron la primera explicación materialista de la subordinación de la mujer, interpretándola como una consecuencia de la aparición de la propiedad privada.
Sin embargo, en la década de los 70, la antropóloga marxista Karen Sacks analizó un buen número de sociedades sin clases ni propiedad privada, y demostró que el estatus de las mujeres tampoco equivale al de los hombres en esas sociedades. Sacks atribuyó la subordinación de las mujeres a la división sexual del trabajo. Esta división relega a las mujeres al trabajo de cuidados y reproductivo en un sentido amplio, incluyendo la responsabilidad del sustento cotidiano y aspectos simbólicos de las relaciones personales. Este trabajo se realiza en algunas culturas en la esfera privada, fuera de la consideración de “lo social” (aunque la división público/privado tiene poco sentido en muchas culturas). Esta división sexual del trabajo está especialmente marcada en sociedades organizadas en clases, pero existe igualmente en las que no lo están. En otras palabras, la Antropología Feminista sitúa el origen del patriarcado a la necesidad de controlar la reproducción y la crianza y, por tanto, la sexualidad de las mujeres, una necesidad que aflora en todas las sociedades y culturas, y por eso el patriarcado es universal. La historiadora marxista Gerda Lerner llega a la misma conclusión en su estudio sobre el origen del patriarcado.
El mito de los géneros sentidos y múltiples
Finalmente, Silvia Carrasco retomó la palabra para contestar dos tergiversaciones de la Antropología por parte del transactivismo y de otras ideologías posmodernas.
En primer lugar, la confusión interesada en las definiciones de sexo y género. El sexo es biológico, cromosómico, está en cada célula del cuerpo y determina la anatomía diferenciada de mujeres y hombres que posibilita la reproducción de la especie. Pero de estas diferencias biológicas obvias no se desprende una desigualdad natural ni mucho menos el sometimiento de las mujeres a los hombres. En este sentido, el concepto de género es una herramienta importante que hace referencia a la construcción de esta subordinación a través de la diferenciación de estatus, roles, socialización en comportamientos sexistas y marcadores estéticos asociados a cada sexo. El género se aprende –de hecho, violentamente–. Las tesis neurosexistas que sostienen que hombres y mujeres tienen cerebros diferentes han sido refutadas, aunque las experiencias diferenciadas hagan mella en el cerebro dada su plasticidad. La idea de que existe un “género sentido” no tiene fundamento científico y alegar que todo aquello que la cultura moviliza para limitar y subordinar a las mujeres nos define como mujeres, es profundamente misógino.
En segundo lugar, se apela a la supuesta existencia de “múltiples géneros” en otras culturas. Sin embargo, la Antropología ha estudiado la inversión de roles y marcadores de género que se produce en algunas culturas y desmiente que sean fenómenos que permitan a cada individuo elegir su posición en la jerarquía sexual de la sociedad o que prueben su inexistencia, como se quiere pretender. Silvia Carrasco repasó varios ejemplos. En el caso de las culturas con religiones o cultos chamánicos localizadas en diversas partes del mundo, la figura del chamán (siempre un hombre) adopta roles y marcadores asociados a ambos sexos para trascender lo humano y ordinario como parte de la función mediadora con la divinidad. En algunas culturas tradicionales patrilineales como las del área de lenguas nilóticas del sur del Sudán, las familias pueden hacer pasar a mujeres por hombres para evitar la pérdida de bienes (cuya transmisión es exclusivamente masculina) según las vicisitudes demográficas de un linaje, incluso casándose con otra mujer cuya descendencia será garantizada por la intervención de otros hombres del linaje. Un ejemplo reactivado recientemente con la recuperación del control de Afganistán por parte de los talibanes es el de las niñas Bacha Posh, “convertidas” socialmente en chicos, cuando no los hay en la familia, para que esta pueda subsistir con sus “trabajos de hombres”, o para protegerlas y garantizarles un futuro mejor. Finalmente, en diversas culturas, desde Pakistán hasta México, existen castas sexuales de hombres sin poder al servicio de otros hombres con poder. En definitiva, ninguna de estas prácticas altera el sistema de subordinación sexo/género y la distribución del poder material entre mujeres y hombres y entre castas o clases, sino que lo refuerza.
Este webinar demostró que el conocimiento de la enorme diversidad cultural y de los conceptos creados para analizarla y comprenderla debe seguir divulgándose y alimentando esa tensión productiva entre Feminismo y Antropología. La Antropología nos muestra que la opresión es una construcción y que otros mundos son realmente posibles, para que podamos fundamentar mejor el pensamiento feminista y enfrentarnos a los retos del viejo patriarcado y de la nueva ofensiva patriarcal del neoliberalismo con mejores herramientas.
Podéis ver el webinar entero a continuación: