Veinte años después de la ocupación de Afganistán por parte de Estados Unidos y la OTAN, el mundo vio cómo, en apenas una semana, los talibanes volvían a tomar el poder en ese país de Asia central. Todas las feministas del mundo lo presenciamos con horror e impotencia. La desdicha de las mujeres y de la sociedad afgana en su conjunto no es un hecho fortuito, tiene causas muy concretas que explican la situación actual. El objetivo del presente artículo no es otro que el de esbozar cómo se ha llegado hasta el día de hoy.
Lo que ahora conocemos como Afganistán es un país con importantes intereses geoestratégicos, ya desde la Antigüedad, habiendo recibido a lo largo de la Historia influencias persas, helénicas, budistas, turcas o mogolas. Y, por supuesto, islámicas. Situado en el cruce de caminos entre Asia, Europa y África, el país se convirtió en un crisol de pueblos y culturas islámicos y preislámicos que casi siempre habían vivido en paz, conviviendo y mezclándose. Y a pesar de ser un territorio rico en recursos naturales, es hoy en día un país principalmente rural y uno de los menos desarrollados del mundo. Al contrario de lo que se podría pensar ahora, y como señala Nazanin Armanian en esta recomendable charla para Confluencia del Movimiento Feminista, a principios del siglo XX en Afganistán crecía el secularismo y el laicismo. De hecho, durante buena parte del siglo pasado proliferó en el mundo árabe un panarabismo de corte socialista.
Precisamente, Afganistán sería una importante casilla del tablero de juego de la Guerra Fría entre el bloque socialista y el bloque capitalista, encabezados por la Unión Soviética y EEUU respectivamente. Esto es algo imprescindible para comprender cómo se empieza a formar la situación actual del país. En 1978, el comunista Partido Democrático Popular de Afganistán tomó el poder, y convirtió el país en una república soviética, proclamando un estado laico, iniciando una reforma agraria y prohibiendo la usura. Además, promulgó varios derechos para las mujeres, también con la intención de incrementar su participación en política.
Al otro lado del mundo, EEUU no vio con buenos ojos lo ocurrido en Afganistán y, dando fin a la Era de Distensión en sus relaciones con la URSS, la CIA inició la llamada Operación Ciclón. Esta consistió en reclutar, armar, entrenar y financiar a fundamentalistas islámicos que pululaban por Asia Central, especialmente de Pakistán, para convertirlos en guerrillas anticomunistas. Dicha operación ha sido una de las más caras de la historia de EEUU, llegando a costar en total cientos de miles de millones de dólares. Como era de esperar habiendo tales inversiones, fanáticos y lúmpenes de toda la región se transformaron rápidamente en un ejército de mercenarios al servicio de los intereses de EEUU en su lucha contra la URSS. El discurso fundamentalista religioso de los entonces llamados muyahidines constituyó su pretexto y el principal elemento de cohesión de esos mercenarios.
Si no se creen que EEUU pudiera tener algo que ver con esas guerrillas de fanáticos islamistas, vean Rambo III (1988). Al final de esta película, si es que se trata de la versión original y no la que fue posteriormente alterada, verán la cariñosa dedicatoria a los “valientes guerreros muyahidines de Afganistán”. Es decir, los entonces llamados freedom figthers, actualmente conocidos como talibanes. Como explica Eduardo Galeano, estos odiaban a los comunistas porque habían deshonrado a sus mujeres enseñándoles a leer y a escribir.
El objetivo de la Operación Ciclón era el mismo que el de todos los programas de contrainsurgencia que la CIA ha llevado a cabo por todo el planeta: desestabilizar a los gobiernos que no estén bajo control de EEUU. Y en aquel momento, la madre de todos los enemigos de EEUU era la Unión Soviética, la gran amenaza contra el capitalismo. Efectivamente, EEUU consiguió sumir a la URSS en un conflicto en sus fronteras contra los muyahidines, y el mismo año de 1978 se inició la guerra afgano-soviética. Cuando terminó, en 1992 y con la URSS ya desaparecida, Afganistán fue para los fundamentalistas, quedando su población y, sobre todo sus mujeres, sometida a un régimen atroz.
EEUU y sus aliados, incluida España, no tardarían mucho en volver a Afganistán. En 2001, después de los atentados en el World Trade Center de Nueva York, la OTAN bombardeó el país para, supuestamente, acabar con Al-Qaeda. Se inició así una ocupación que ha durado 20 años, para la que Al-Qaeda no fue sino la excusa. Y es que cuando EEUU ya pensaba que había acabado con el socialismo, un gigante gobernado por un partido comunista asomó la cabeza por el Este, el gigante asiático, China. Así que, igual que cercaron a la URSS con bases militares estadounidenses, ahora tocaba estar vigilante respecto de China, que tiene una pequeña frontera con Afganistán.
China tiene entre manos el ambicioso proyecto comercial de la Franja y la Ruta. Se trata de una Nueva Ruta de la Seda que va desde China hasta Reino Unido a través de numerosas conexiones marítimas y ferroviarias. Un tramo de dicha ruta debe pasar por Afganistán, pero con la ocupación de la OTAN, el país se mantenía como una casilla bloqueada para los planes chinos. Como sabemos, estos 20 años de ocupación se han presentado como la forma de llevar la democracia occidental a Afganistán, como si los talibanes no hubieran sido una creación estadounidense. Además, como han puesto de manifiesto los documentos clasificados de la CIA filtrados por Wikileaks, la supuesta protección de las mujeres afganas ha servido también como justificación de la presencia atlantista en el país ante la opinión pública europea. Mientras tanto, soldados estadounidenses violaban a mujeres y niñas afganas, así como a sus propias compañeras del ejército.
Además de entorpecer los planes de China, EEUU ha tenido otros motivos de peso para seguir con la ocupación de Afganistán durante dos décadas. Para empezar, está la necesidad de EEUU de mantener a flote su complejo militar-industrial, una parte importantísima de su economía, que obliga a deshacerse de los stocks de armamento, así como a probar nuevas armas en alguna parte del mundo, como en Afganistán. Su industria de la guerra y la muerte no puede detenerse y sirve para hacerse con los recursos naturales de otros países. Es lo que pretendían hacer con el gas de Turkmenistán, que EEUU quería transportar a través de un gaseoducto que tenía que pasar por Afganistán, Pakistán e India hasta el mar Arábigo. Pero China se les adelantó en las negociaciones con Turkmenistán, construyendo un gaseoducto de casi 7.000 km, el más largo del mundo, a través de Uzbekistán y Kazajistán.
Todavía hay otro motivo de peso por el que EEUU necesitaba controlar Afganistán. Se trata de una bonita y peligrosa planta que ya estuvo muy ligada al colonialismo británico en China. Hablamos de la adormidera u opio, cuyo cultivo EEUU se ha asegurado en Afganistán incluso obligando a la población a producirla, porque la mayor potencia militar del mundo la necesita en cantidades ingentes. Y es que, con un sistema sanitario privatizado, muchas personas en EEUU no pueden tratarse sus dolencias, lo que ha generado una plaga de adicción a los analgésicos opioides, como la oxicodona y la hidrocodona. Cuando ya no se pueden conseguir dichas drogas legalmente, se consiguen en las calles de las grandes urbes estadounidenses, que en determinadas zonas se han convertido en grandes y narcotizadas bolsas de pobreza inundadas con derivados del opio. El resultado es que las muertes por sobredosis de opiáceos no han dejado de aumentar en EEUU desde mediados de los 90, llegando actualmente a decenas de miles cada año. Mientras tanto, en el mismo Afganistán, la adicción al opio también causa estragos. Seguramente, la marcha de la OTAN de Afganistán no impedirá que EEUU pueda seguir abasteciéndose de opio.
Si después de 20 años de ocupación EEUU ha vuelto a entregar el poder a sus socios talibanes es por exactamente el mismo motivo por el que los crearon en los años 70 y 80. Entonces agitaron el avispero para desestabilizar a la URSS. Ahora le hacen la misma jugada a China y a sus socios comerciales, entre los cuales está Rusia. Y, una vez más, el pueblo afgano, y especialmente sus mujeres, quedan sometidos por completo al régimen talibán por segunda vez, después de haber sufrido 20 años de ocupación y violencia por parte de los ejércitos de la OTAN. Sin embargo, China no es la URSS, y no parece dispuesta a embarcarse en una guerra de desgaste con los talibanes afganos, engendros de EEUU como el Daesh en Siria e Irak o Boko Haram en Nigeria. Pero además está la cuestión de los terroristas uigures en China, que ayudados por los talibanes han perpetrado atentados en el país con la intención de conseguir la independencia de la región en la que se encuentra esta minoría étnica musulmana china, limítrofe con Afganistán.
Veremos lo que pasa de aquí en adelante, aunque a medio plazo la suerte del pueblo afgano y de sus mujeres parece echada. Para quien quiera verlas, el horror del hambre y el mercadeo con las niñas vuelve a ser noticia. El impacto de las sanciones es peor que el de la guerra y se ensaña con las más vulnerables. Mientras tanto, heroicas compañeras feministas afganas se juegan la vida protestando contra el nuevo régimen talibán. Por nuestra parte, feministas de todo el mundo, debemos ir más allá de la indignación, prestar atención a cómo la geopolítica afecta los intereses y las vidas de las mujeres, en Afganistán o en cualquier otra parte, y denunciar las funestas consecuencias del imperialismo estadounidense y del capitalismo global, así como señalar la instrumentalización de la barbarie que sufren las mujeres. Sólo de esta manera podremos trascender los estériles análisis que no pasan de la crítica general a las religiones para vislumbrar una solución real. Se lo debemos a las mujeres afganas.
Escrito por Marina Pibernat Vila.