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Affaire Lignadis: Grecia vive su propio #MeToo

Hace semanas que en Grecia se está viviendo un verdadero terremoto, tanto político como social. En un país en que el matrimonio con menores de edad sigue siendo legal, algunas personas -primero a cuenta gotas: una atleta olímpica, un actor famoso- han sacado a la luz experiencias personales de abusos sexuales en las principales instituciones deportivas y culturales del país y han arrastrado consigo una cantidad irrefrenable de ecos que repetían “a mí también” hasta que el ruido ensordecedor no ha podido ser ignorado por más tiempo.

Es sorprendente que nuestros medios de comunicación sean capaces de explicarnos apasionadamente el recuento de las elecciones de un estado americano que pocas sabríamos ubicar en un mapa y apenas se hayan hecho de eco del affaire Lignadis, un escándalo que está haciendo tambalear la conciencia social de este país vecino con cuyos habitantes, además, compartimos comunidad política.

En Feministes de Catalunya nos hemos reunido con feministas griegas para conocer mejor los detalles de este caso y darlo a conocer.

Una ola de apoyos y de testimonios

No era la primera vez que Sofia Bekatorou, medallista olímpica en vela, hacía este tipo de declaraciones, pero el pasado enero sus palabras encontraron finalmente el eco necesario para hacerse virales. Bekatorou reveló haber sufrido abusos sexuales por parte de un oficial de alto rango de la Federación Deportiva Helénica cuando tenía 21 años.

Sus palabras fueron en sí mismas un #MeToo: después de que otra atleta hubiera revelado que a la edad de 11 años había sido violada por su entrenador, que propuso incluso a la familia casarse con ella como reparación, Sofía quiso con su testimonio dar altavoz y cobertura a miles de mujeres menos conocidas y más vulnerables, constatando la frecuencia de este tipo de situaciones en las que hombres con poder abusan, a menudo sexualmente, de jóvenes cuyas posibilidades de éxito tienen en sus manos. 

Tras la ola de apoyo a Sofía, los relatos de maltrato laboral y abuso sexual saltaron al campo del teatro y el cine, unas historias que nos recordaron dolorosamente el reciente escándalo sobre prácticas similares en el seno del Institut del Teatre en Barcelona.

El Teatro en Grecia, nos dicen nuestras compañeras griegas, “es como la Iglesia en España”, la institución vertebradora de la cultura por antonomasia. Y en este terreno se sucedieron también los relatos terroríficos.

Alrededor de 300 estudiantes de la escuela Arsakeio, uno de los centros de enseñanza con más reputación en Grecia, firmaron una carta denunciando un trato sistemáticamente vejatorio y de acoso sexual por parte de algunos profesores.

Su director, Georgios Babiniotis, una persona muy conocida en el panorama cultural griego, que ha sido rector de la Universidad de Atenas, fue acusado de encubrir estos casos enmarcados en una cultura de la violación ejercida por parte de hombres poderosos que controlan el acceso a toda la producción cultural en el país.

La historia toma un giro escalofriante

Georgios Babiniotis es íntimo amigo de Dimitris Lignadis, el hasta hace poco director del Instituto Nacional del Teatro de Atenas, que se encuentra actualmente detenido. Ambos tienen conexiones en los más altos niveles de la esfera política, especialmente con Lina Mendoni, la actual Ministra de Cultura y Deportes del gobierno de Kyriakos Mitsotakis.

Lignadis ya había sido investigado un tiempo atrás por sospechas de pederastia y tenencia de pornografía infantil, pero la investigación había quedado archivada por falta de pruebas. Sin embargo, cuando en la reciente ola de #MeToo un joven actor, Dimitris Mothoneou, describió su violación por parte de una persona familiar cuando era menor, el historial de abusos y pederastia no pudo seguir siendo ignorado. 

El hecho de que esta vez quienes han revelado estas historias atroces hayan sido caras conocidas que la sociedad puede identificar seguramente ha ayudado a amplificar la gravedad del caso.

Se sospecha que durante años Lignadis ha formado parte de una red dedicada al tráfico de menores con fines de abuso sexual, probablemente involucrando menores refugiados, que están en una situación de desamparo absoluto, aprovechando su vulnerabilidad.

Con la concurrencia de estos elementos -abuso de menores, encubrimiento institucional y connivencia del poder- cobra más sentido el símil que hacía la compañera feminista griega con la Iglesia.

Es más, en este punto cabe afirmar que el desentendimiento del resto de Europa con la crisis de refugiados que se vive en Grecia desde hace años se convierte en complicidad cuando se constatan violaciones de derechos humanos -especialmente de humanos vulnerables como son niños y niñas- de estas dimensiones. 

Reformas necesarias

Nos cuentan nuestras compañeras feministas que, a pesar de todo, en una sociedad tan profundamente conservadora y machista como  la griega, este movimiento de visibilización de la violencia sexual les da esperanzas de cambio.

A diferencia del repugnante tratamiento por parte de Mediaset del caso de Rocío Carrasco, por primera vez en Grecia ha sido posible escuchar a las víctimas de manera no amarillista.

Y es que en un país que sigue hablando de “crímenes pasionales” para referirse a los asesinatos machistas, el tratamiento mediático del #MeToo griego tiene detrás una historia interesante, ya que las revelaciones de abusos se popularizaron primero en internet y en la prensa rosa.

Las periodistas Fei Skorda y Eleonora Meleti, que se atrevieron a explicar estas historias, son exponentes de la prensa del corazón, generalmente asociada a la ordinariez de las clases populares, mientras que los acusados y abusadores son gente del mundo de la cultura, intelectuales con estrechas vinculaciones con el poder político y económico.

A pesar del menosprecio clasista y de los intentos de desprestigiar la veracidad de las historias que estaban contando, estas mujeres periodistas tuvieron la integridad de romper el silencio y arriesgar su reputación profesional para dar a conocer los casos de abuso, hasta crear un verdadero revulsivo social. 

Estos cambios no son casuales. Se enmarcan en un caldo de cultivo de agitación social y visibilidad del movimiento feminista griego tras meses de debate sobre el cambio en la ley de la custodia compartida y de una oleada de protestas feministas en 2019 para crear una ley que penalice cualquier acto sexual sin consentimiento.

Esto ha puesto encima de la mesa el carácter profundamente social, y no íntimo o privado, de la violencia machista y ha creado un estado de opinión favorable a las denuncias. La sociedad griega está encarando con madurez debates de profundo calado, como la necesidad de un mejor acompañamiento de las víctimas o de una mayor formación de los cuerpos policiales que deben atender estas denuncias.

De momento, dado que muchos abusos revelados por el #MeToo sucedieron cuando las víctimas eran menores y la mayoría ya han prescrito, el gobierno griego se ha comprometido a un cambio legal para que en el caso de violacion a menores la prescripción no empiece a contar hasta que la víctima no cumpla los 18 años

Tal y como expresan las compañeras, el reto del feminismo griego en estos momentos es impedir que Lignadis se convierta en un chivo expiatorio, y aprovechar este #MeToo para trasladar una reflexión colectiva sobre la estructura de poder en la sociedad, y su solapamiento con el machismo usando el sexo como forma de dominación de hombres poderosos que se creen con el derecho a hacer lo que les da la gana y la impunidad de la que gozan gracias al encubrimiento de las altas esferas debido al nepotismo y el control social propios de un país pequeño.

Escrito por Lídia Brun.